La Voz de Galicia

Hacía algunos meses que no cogía un avión. Y muchos más desde la última vez que había entrado en la librería de un aeropuerto, quizá porque nunca llego con la antelación suficiente como para permitirme ese solaz. Ayer sí, llegué mucho antes y me di una vuelta por la zona de tienda.
Supongo que las librerías de los aeropuertos eligen los títulos que más se venden, los más orientados a su público.
Lamentablemente, no me paré a tomar nota, pero si los títulos reflejan el perfil psicológico y profesional de quienes viajan en avión, podría decirse que se atiene a los siguientes rasgos: ejecutivo, preferentemente del área de márketing o ventas, poco aficionado a los idiomas, seguidor de la Cope (César Vidal y Federico Jiménez Losantos, ¡cuánto escriben!), ferviente lector de Ruiz Zafón (pilas y más pilas de sombras, vientos y ángeles) o de libros sobre asuntos equívocos y morbosos, además de ansiosas aprendices de cabronas.
Como lo leen. Esto fue lo que más me sorprendió: el libro para convertirse en una «perfecta cabrona» tenía, además, una escolta de varios montones adjuntos con sus secuelas: «Cómo convertirse en una perfecta cabrona… con los hombres» y con los jefes o los maridos ya no sé. Antes de ver estos libros ya estaba muy enfurruñado con el retrato de «comprador de libros de aeropuerto» que me estaba saliendo. Pero esto terminó por descorazonarme. Así que hay por ahí un montón de mujeres que están interesadísimas en saber cómo convertirse en «perfectas cabronas». El mal gusto del título espantaría a cualquier persona razonable hace no tantos años. Pero lo soez de la expresión aterra menos que su éxito. Supongo que se pensará que la igualdad radica en eso: como los hombres somos así, entonces… (Por supuesto, no pongo el nombre de la autora ni los títulos exactos, porque no me da la gana).