Buen trabajo
Gracias, Ramón… Seguir leyendo
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Copio la entrada de mi Allendegui, que Dios y él me lo perdonen:
«Cuanto más navego por Internet más me abrumo. Uno podría pasarse la vida entera surcando los mares de html, de enlace en enlace hasta lacerarse los dedos apretando el ratón. Por eso, para mí fue un gran alivio cuando llegué hasta el final de Internet. En ese remanso paso mis vacaciones digitales aliviado por la finitud de la red».… Seguir leyendo
Iba a escribir a Eresfea para comunicarle una nueva edición de El vaso de plata, un volumen de cuentos de Antoni Marí (Libros del asteroide), muy querido por ambos: coincidimos incluso en nuestro relato preferido: “Sufrir con paciencia las flaquezas y molestias del prójimo”. Iba a escribirle, digo, pero ya estaba en su blog el comentario.… Seguir leyendo
Antes compraba libros y luego los leía o no. Ahora los leo primero y después los compro. Es un modo extraño de tratarlos, pero las circunstancias de la vida me han conducido hasta ahí. Hablo de libros de manera habitual con unos cuantos amigos que saben lo que me gusta y van descubriéndolos por mí, porque entienden más, mucho más que yo, y se mueven con soltura entre el ingente número de novedades que salen cada año al mercado. Me dicen cuál es interesante y me lo suelen prestar. Lo leo —a veces lo dejo a medias o pocas páginas después del comienzo— y, si realmente me gusta, entonces lo compro. Si solo me interesa, me limito a devolverlo (aunque aún retengo, por ejemplo, el clásico electoral de este año: No pienses como un elefante, de Lakoff). Si me gusta mucho, compro dos o más ejemplares: uno de ellos … Seguir leyendo
Para escribir la columna de mañana, estuve viendo las que había escrito otros años en que me tocó el 15 de agosto. Me gustó esta de 2001:
Foto
El 15 de agosto mi abuela iba a Misa. No iba siempre, por eso lo digo. Apenas conseguía moverse más que lo justo para desplazarse entre los fogones. No podía, por tanto, caminar cada domingo los varios kilómetros desde Mirás a Fisteus. Pero el día de la Virgen, encendía los fogones de madrugada, como quien arranca un barco, y los dejaba al mando de una hija o de una nuera. Luego, se cambiaba de ropa -recuerdo sobre todo aquel pañuelo suyo de cabeza, tan suave, discretamente coloreado- y comenzaba una operación delicada: subirla a la grupa de la yegua. Un trabajo que patroneaba el abuelo, con esa ternura recia con la que hacía todo lo que se refería a la abuela (no … Seguir leyendo