La Voz de Galicia

Escapar del pelotón no es cuestión de piñones, sino de cabeza y corazón, de meses de entrenamiento en carreteras inhóspitas:  kilómetros de soledad por los arcenes del invierno antes de llegar a la base de Alpe d’Huez y decidir, como Carlos Sastre, irse solo para arriba.
En el pelotón te cansas, por supuesto, pero vas bien: te relevan, puedes acoplarte en medio del grupo y dejarte llevar. Eres un gregario o tienes tus gregarios, que hacen el trabajo: te esperan si hace falta, te suben bidones o un plátano, te tapan el aire, te protegen en los abanicos, te aupan en las cuestas, aunque tú tengas que dar siempre pedales. Los rivales te vigilan, pero con mirada tranquila si ven que sigues allí. Les preocupa poco que encabeces el pelotón y mucho que te quedes algo, para surgir, de repente, con plato grande y piñón pequeño como un cohete que sale del bullicio tranquilo de la verbena y produce un silencio breve y un estallido de perseguidores después.
En el pelotón se va bien. El que demarra nunca sabe si llegará, porque de inmediato se organiza la caza. Al pelotón no le gusta que nadie le ponga en evidencia. Y menos si es favorito. Así que, en llano, olvídate: salvo que seas un donnadie, el pelotón te devorará en pocos metros o dejará que te desgastes a una distancia prudente. En llano, las escapadas buenas se producen en grupo y sin figuras. En la montaña todo cambia, porque el pelotón se desfibra. El que escapa abre un hueco pequeño, nunca sabe si suficiente. Se le pegan dos a rueda que intentan frenarle o que les suban. El corredor calcula, mide fuerzas propias y ajenas. Si cree, insiste.  Y se queda solo, sin relevos, sin cháchara, sufriendo y creyendo, sumando los segundos que le van dando, sabiendo que quizá le engañan, para que apriete los dientes, para que siga, para que piense más en la meta que en sus piernas. Para que venza.

 Nota: escribí esta columna a partir del recuerdo vago de un cuento inédito de Pedro de Miguel (dentro de unos días se cumple un año de su fallecimiento). Ni siquiera estoy seguro de haberlo leído, pero no se me ha borrado el efecto que causó en algunos que sí lo hicieron y me lo contaron. Agradecería mucho cualquier noticia de aquella historia y, si fuera posible, la historia misma.