La Voz de Galicia

Acabo de hacer setecientos y pico kilómetros en coche con un profesor de enseñanza media y un estudiante de postgrado. A este apenas le conozo —le dejamos en Alsasua, camino de los Sanfermines— y con el profesor hacía tiempo que no coincidía. Trabaja en el CPR Efa Fonteboa, de Coristanco, un centro de gran prestigio, especialmente por su ciclo de formación agraria. Hace años le veía muy a menudo y disfrutaba con las historias que se traía de Fonteboa: el estribillo «eu non fun» , [yo no fui] que repetían los chavales ante la aparición de cualquier desaguisado o aquella apuesta de tres mil pesetas contra «duas raposas vivas» entre dos alumnos para dilucidar quién llegagaba antes en bicicleta a no sé qué puerto. Ahora las anécdotas son otras: las bromas que los chicos gastan al servicio de información telefónica («teño o trator nun rejo e non vai p’diante nin p’atrás, ¿qué fajo?» [tengo el tractor en un surco y no va palante ni patrás, ¿qué hago?], con el consiguiente desconsuelo de quien les atiende), la visita a la Expo de Zaragoza, en la que gastaron buena parte del tiempo hablando con la gente de seguridad sobre cuánto cobraban, o como se vuelven serios si se trata de aprender del funcionamiento de una explotación ganadera ejemplar en la provincia de Lleida.
Yo conducía y él enlazaba una anécdota con otra, riéndose,  lleno de un evidentísimo orgullo por sus alumnos. Me contó, por ejemplo, que este año empezaron primero de ESO. Como la diferencia de edad con los demás era notable, avisaron a los mayores que quien no respetase a los pequeños se iría para casa inmediatamente. Los mayores cumplieron su parte, pero los pequeños se dieron cuenta de que eran intocables y empezaron a abusar de los mayores, que apenas podían defenderse: por sentido de responsabilidad y porque pendía sobre ellos la amenaza de principios de curso. Los más, no solo en número, sino en fuerza física y en madurez, controlados por los menos/nenos/memos.
 

Nota: la columna tiene algunas diferencias con respecto a la impresa. He incluido, por ejemplo, que las raposas de la apuesta debían estar vivas (cuando la mandé al periódico se me olvidó ese detalle importante), y he traducido el gallego con jeada o geada (no sé) de los chavales en atención a los que entran desde otras zonas. La broma que suelen hacer al servicio de información de las compañías telefónicas, gratuito, es mucho más larga y divertida de lo que he podido contar aquí.