Acudí el viernes a la graduación de los alumnos de mi Facultad. Siempre voy, pero casi nunca disfruto del acto en sí, que tiene una puesta en escena difícil. En todas partes los estudiantes y algunos profesores son reacios a la solemnidad, y piensan que es preferible lo espontáneo, lo natural, lo que brota. Desconocen que lo que brota se repite en todas las promociones de todas las facultades de todas las universidades. Por tanto, se recae fácilmente en el lugar común y en errores de organización incluso crecientes. Porque la naturalidad y la originalidad requieren el cansancio de muchos ensayos, como saben, por ejemplo, los actores y los escritores. Sin ellos, cuaja en ceremonias prolijas, largas, repletas de bromas y guiños que solo entienden los iniciados —es decir, los alumnos y algún profesor, mientras el resto se impacienta— y en las que falta, sin embargo, la nota que debería presidirlas: gratitud.
La ceremonia a la que asistí no fue larga ni ingrata. Tampoco solemne ni ensayada, es verdad, pero salí contento para disfrutar la parte mejor: verlos felices con el trabajo hecho, tan irreconocibles ellas en sus vestidos y peinados nuevos, tan en su papel al explicar cosas y personas a sus padres, a sus hermanos, a sus novias y a sus novios. Los vas saludando y te enteras entonces de la vida: esa que cuentan los padres, indiscretos, y que les dejan como inválidos o alelados por un instante. Conocer a los padres de los alumnos significa, unas veces, ponerle caras a una historia que ya te sabes. Otras, ponerle historia a una cara que te sabías. Y me gusta. Te hacen reír. Alguien recuerda algo que le dijiste y que ni te suena ni te extraña. Entonces, el alelado eres tú. Todos hablan del futuro y los ojos se les agrandan encendidos de ilusiones y rezas para que nadie se las apague.
De pronto piensas que quizá no vuelvas a verlos y te entran unas ganas bobas de quejarte: ¿Por qué me los tienen que cambiar cada año?
Estimado Paco, imagina cómo se sentirán algunos padres que han vivido la otra realidad universitaria de sus hijos, y que en una celebración como la que cuentas también pondrán caras a historias contadas en casa por sus hijos. Probablemente para algunos padres sea una forma de despedida a “los niños (as)” de la casa porque quizá se den cuenta que sus hijos han crecido. Y ni imaginarse que pudieran sentir los que se están graduando. Quizá esos ojos abiertos hablen de ilusión, cómo dices, pero quizá también hablen de un nuevo miedo: ese reto de enfrentarse a la realidad fuera de la universidad.
Di que sí Paco, nos vas a echar de menos.
Moi bonito.
Sabes? eu tamén estiven nunha esta semana. Tamén foi breve, desorganizada e entretida, pero eu non atopei caras descoñecidas. Eu tan só vin caras amables.
Grazas
Cada año te los cambian. Cuéntanos más sobre ese sentimiento, sobre ese primer día de clases de cada año y cómo va evolucionando. Sería interesante saber cómo te preparas antes de ese primer día, ya que estás conciente que no serán las mismas caras. Y luego, cómo te vas sintiendo a medida que se acerca ese último día, ese día que nos has contado arriba. También sería muy interesante leer lo que tus alumnos podrían opinar.
Así cómo ha dicho MGP: “di que sí nos vas a echar de menos.”
¿Por qué me los tienen que cambiar cada año? Era la queja.
Me recuerda como lo cuenta una compañera que trabajó muchos años en el Comité internacional de la Cruz Roja. Ella participó en negociaciones en numerosos países en conflicto ostentando rango diplomático. Sus misiones duraban entre seis meses y un año y ella que es una persona muy preparada e inteligente se adaptaba muy rápido y hacía muchos amigos. Le gustaba lo que hacía, pero cada nueva misión era como un entierro donde se despedía de sus amigos pensando que nunca más los volvería a ver. Ello le causaba tanto penar, que no se sintió con fuerzas para seguir y decidió quedarse en Galicia.
De todos es conocido que para sacar algo adelante es preciso ensayar previamente los pasos a seguir. Hemos visto en diversas ocasiones las Olimpiadas, unos días antes del comienzo de las mismas, se ensayaban todo. Había un experto que tomaba nota de los detalles más nimios:´cómo llevar las banderas, el ángulo de inclinación, cuándo mirar a la tribuna de autoridades, el paso a marcar, los peinsdos,etc
Cuando se trata de n acto universitario de entrega de las licenciaturas, es bueno hacer un ensayo previo -sobre todo cuando hay nevios por medio, que siempre los hay- y evitar equivocaicones inútlles. Los profesorees, al igual que el alumnado, estarán cansados a estas alturas y la mayoría quisera marcharse a casa de una vez y que le dejen tranquilos, pero es preciso insitir en la cuestión.
Sólo por ver la cara de los abuelos y padres merece la pena pasar este rato, donde el protocolo es preciso una vez más. ¡Cómo me hubiera agradado estar ptesente!