La Voz de Galicia

“La gaviota se despierta y me sigue hablando del Hermoso Velero en el que muchos hombres sirven aún de marinos. Hombres que no llevan guantes para sentir mejor la vida de los cabos y de las velas, que van descalzos para conservar el contacto con su barco, tan grande, tan hermoso, tal alto, cuyos mástiles llegan hasta el cielo. Hablan poco, observan el tiempo, leen en las estrellas y en el vuelo de las gaviotas, reconocen los signos que les hacen los delfines. Y saben que su Hermoso Velero avanza hacia la catástrofe.
Pero no tienen acceso al timón, ni a las velas, montones de hombres descalzos mantenidos a distancia de bichero. Se les dice que huelen mal, que vayan a lavarse. Y muchos han sido colgados por intentar cazar las escotas de las velas de popa y lascar las de las velas de proa para modificar siquiera un poco el rumbo.
El capitán espera el milagro entre el bar y el salón. Tiene razón en creer en los milagros… pero ha olvidado que un milagro no puede darse más que si los hombres lo crean ellos mismos, poniendo de su parte lo mejor que hay en ellos”.