La Voz de Galicia
Hablando de riqueza, pobreza, exclusión y con quienes no quieren quedarse al borde del camino
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Lo sentimos. Pero pretender luchar con una mínima garantía de éxito contra la pobreza y sus causas implica responder a la pregunta del título.

Asistencialismo o derechos y transformación social. ¿Por qué modelo opta usted?  ¿Y la organización a la que dedica su tiempo o su dinero? ¿Y su parroquia o los servicios sociales de su ayuntamiento?

Una de las principales razones que están detrás del fracaso rotundo de muchas políticas y programas de inclusión social es no ser conscientes o pretender esconder esta toma de decisiones (ideológica y política) que se realiza de facto detrás de palabras quizá moribundas como ayudar (a los necesitados o desfavorecidos), solidaridad, caridad, compasión, apolíticismo…

Una aclaración. No vean ni un asomo de crítica a las personas que ante el desprecio del gobierno de turno, buscan dinero como sea para pagar costosos tratamientos a personas queridas, ni a las que dedican su tiempo o su dinero a ayudar a sus semejantes. Tampoco a las organizaciones para quienes estas actuaciones son, y así lo manifiestan, un medio, medidas de emergencia puntuales mientras siguen luchando por la dignidad y los derechos de las personas.

Pero es muy distinto, y en muchos casos obsceno, ver como organizaciones, políticas o profesionales de los servicios públicos lo convierten en un fin en sí mismo, abusando de la buena voluntad de donantes y voluntarias.

Quizás la RAE nos ayude a entender la pregunta del título y la trascendencia de esta decisión con uno de los significados del verbo parasitar: «Utilizar como alimento a otro ser vivo sin llegar a matarlo» : ¿Parasitar a las personas en pobreza o combatir con ellas las causas de la desigualdad?.

Culpables de ser pobres

«España le está fallando por completo a buena parte de su sociedad, aquella que vive en la pobreza, cuya situación ahora se encuentra entre las peores de la Unión Europea» nos acaba de decir Philip Alstom, el Relator Especial de la ONU sobre pobreza extrema y derechos humanos, que añadía: “Los niveles de pobreza en España reflejan una decisión política durante la última década: entre 2007 y 2017, los ingresos del 1% más rico crecieron un 24% mientras que para el 90% restante subieron menos de un 2%

Un 26,1% de la población se encontraba en el 2018 en riesgo de pobreza (más de doce milllones de personas). Un riesgo que se dispara hasta el 54% cuando hablamos de alguna de las 1.878.000 familias monoparentales en las que un adulto (en un 82% de los casos una mujer) es el único responsable de los hijos. Si la pasividad continúa, el 80% de la infancia que se encuentra hoy en la pobreza está condenada a sufrirla el resto de su vida. Y también sus descendientes. Se llama transmisión intergeneracional de la pobreza.

Si es pobre, por algo será. Si le va mal, será que no se ha esforzado lo suficiente. En paralelo a las cifras y como la llovizna, el pensamiento político que culpabiliza al pobre por ser pobre y al parado por no encontrar trabajo, va calando en el discurso político.

En 2014, el 10% o menos de las transferencias fueron a parar al 20% de los hogares más pobres, la mitad de lo que hubieran recibido si las transferencias se hubieran distribuido por igual entre los hogares. Según Cáritas, la mayoría de los 1,8 millones de personas que vivían en la pobreza extrema en España en 2018 no utilizaron mecanismos de protección social.

La clave está en “responsabilizar al individuo de su situación en una sociedad en la que las estructuras generadoras de desigualdad y exclusión quedan absueltas de responsabilidad”. En concebir un estado del bienestar limitado a los logros y la capacidad de los propios individuos. Es decir, o nos buscamos la vida o asumimos las consecuencias de nuestra incompetencia.

Este discurso triunfa. El rechazo y desprecio al diferente y el fomento del enfrentamiento entre personas y colectivos en exclusión gana terreno: “La culpa de la pobreza infantil es de sus padres”, «Los gitanos son vagos, ladrones o traficantes«, «Las personas sin hogar quieren vivir así y son peligrosas«, «Las personas con discapacidad son una carga para la sociedad«, «Los inmigrantes nos quitan el trabajo o la sanidad«,»Los jóvenes no tienen valores ni aspiraciones«, «Los parados  quieren vivir de las ayudas«…

Estas son algunas de las mentiras y prejuicios que la mayoría de las personas en riesgo de pobreza o exclusión tienen que soportar cada vez más. En muchos casos de personas profesionales o voluntarias en organizaciones o administraciones a las que están obligadas a acudir.

Lo definió de forma admirable la filósofa Adela Cortina al inventar la palabra “aporofobia” (odio al pobre): “El núcleo de la vida social no lo forman individuos aislados, sino personas en relación, en vínculo de reconocimiento mutuo. Personas que cobran su autoestima desde el respeto que los demás les demuestran. Y, desde esta perspectiva, los discursos intolerantes están causando un daño irreparable

Todo para los pobres pero sin los pobres.

Lo peor de estos prejuicios es cuando tu mismo los crees”,“Comencé a salir de la calle cuando dejaron de tratarme como un zombi y sí como una persona”, le escuché decir a Agustín y a Carlos, dos antiguas personas sin hogar…

Este discurso político culpabilizador e individualista requiere zombis para su funcionamiento. Si una persona es culpable de su desgracia, solo puede estar agradecida cuando otras personas de buen corazón, solidarias y caritativas, se apiaden y le dan una ayuda puntual…pero que no acabará nunca.

Este asistencialismo 2.0. triunfa por cuatro razones:

1) Inmediatez: El aquí y ahora. Sin filosofías de fondo ni diseño de proyectos. Es una economía de guerra en una crisis continua (y casi eterna) a la que vencer. Enviemos tropas al frente, demos fusiles y a las trincheras, o lo que es lo mismo, repartamos ropa y comida y abandonemos los proyectos de desarrollo comunitario. No se ayuda a vencer la crisis o la pobreza, simplemente se acompaña.

2) Espectacularidad: Con un inteligente uso de lo lúdico: cenas, conciertos, mercadillos o actos solidarios visualiza sus acciones, recauda fondos, fideliza personajes populares. Todo por los pobres pero sin los pobres en un despotismo ilustrado de lo social que celebra con los incluidos pero nunca con los excluidos. Quizá por esto, en las filas para entregar alimentos solo sonríe quien los entrega. En palabras de Bob Geldof a raíz del éxito de los conciertos Live Aid: ”mi único mérito es hacer del hambre un espectáculo”.

3º) Simpatía: El asistencialismo ha encumbrado a las personas voluntarias acríticas como la quintaesencia de la solidaridad. Sus acciones no requieren de técnica ni de graduados. La enseñanza de ciclos superiores de integración social, animación sociocultural, trabajo social o educación social parecen inútiles. Es suficiente con voluntarias que recojan, apilen y distribuyan.

Son organizaciones queridas. Querer a nuestro fontanero, compañía telefónica o administración pública parece ridículo cuando lo que esperamos es su eficacia. Pero este no es el caso.

4º) Lo cuantitativo: «¡Atendimos a 25.936 personas en el 2017!». El asistencialismo es imbatible en lo numérico. Su idea de «atender» puede reducirse a dar un kilo de arroz o una pieza de ropa o referirse a atenciones continuadas pero sus números siempre apabullan. Muchas cifras pero casi nunca resultados. Su filosofía parece ser la de «cuantas más personas atendemos mejores somos» cuando debería ser la medición de resultados: ¿Confiaríamos en un hospital que presumiera de que sus pacientes son los que pasan más tiempos encamados pero donde apenas hay altas?.

Despacho de cartillas en Sevilla, 1940 Foto: Cecilio Sánchez del Pando

La desgracia no es un espectáculo

Frente a este modelo exitoso que representa a las personas en pobreza como culpables de su situación, dignas de lástima y permanentemente pasivas, resiste un modelo basado en la defensa de los derechos, en la participación e inclusión activa de las personas.

Conviene destacar el Código de Conducta de la Comunicación contra la Pobreza, que bajo el lema “La desgracia no es un espectáculo” se comprometieron a cumplir las organizaciones de acción social integradas en EAPN Galicia. Para éstas el fin último de la comunicación es el cambio social y promover la implicación y la participación de la ciudadanía.

Hay múltiples iniciativas para luchar contra el discurso del odio, la aporofobia o el desprecio en redes sociales, defendiendo los derechos de las personas e intentando presentarlas de manera realista y desde su dignidad. Iniciativas como Maldita.es o Ciberespect, impulsada por Ecos del Sur, No nos juzgues  para luchar contra los estigmas que padece la juventud tutelada desde IGAXES o la campaña Iglesia por el Trabajo Decente impulsada por diversas ONGS católicas, son buenos ejemplos.

El pasado 17 de octubre (Día internacional para la erradicación de la pobreza), el Parlamento de Galicia, con el significativo lema «Las personas no son culpables de su sufrimiento» aprobó por unanimidad una declaración institucional contra el odio y la aporofobia. Durante el 2019 y 2020 decenas de entidades están impulsando una campaña bajo la etiqueta #ContrAporofobia.

La pobreza y la exclusión como discapacidad social

En la lucha contra la pobreza desde un enfoque de defensa de derechos y respeto a la dignidad también tenemos referentes exitosos de actuación. En multitud de procesos de cooperación al desarrollo pero especialmente en el campo de la ayuda humanitaria, donde la profesionalización y procedimentación son extremas para reducir al máximo el número de víctimas.

Emergencia, rehabilitación y desarrollo. Aplicar las tres fases del continuum humanitario (o contiguum para ser más exactos, dado que no son estrictamente secuenciales) ayuda a visualizar lo nefasto del modelo asistencialista.

En los primeros seis meses de una catástrofe humanitaria la ayuda de emergencia es prioritaria para salvar el máximo de vidas posibles. Desde los seis meses y hasta los dos años de la tragedia la fase de rehabilitación busca reconstruir las condiciones previamente existentes (infraestructuras, economía, servicios, etc.) Y lo antes posible comienza la fase de desarrollo, con intervenciones para mejorar de forma estable la vida de las personas. Siempre con análisis de la realidad, participación comunitaria, creación de capacidades locales, enfoque de género, etc.

En 2008 ya se hablaba en España de emergencia… ¿En 2020 es posible mantener este discurso sin reconocer su rotundo fracaso?.

Como en muchas emergencias humanitarias, al principio de la crisis hubo una explosión de solidaridad ciudadana para facilitar ayuda básica a miles de personas empobrecidas. Más de diez años después no tiene sentido seguir abusando de la admirable buena voluntad de donantes y voluntarias ni asistir a repartos de alimentos convertidos en un fin en si mismo por la indiferencia (¿o es  incompetencia?) de responsables municipales y autonómicos.

Desde el punto de vista más técnico es imprescindible citar el desarrollo del modelo Inclúe y su apuesta por una atención de calidad contra la exclusión social severa. Impulsado desde la Fundación Emaus con la colaboración de numerosas expertas de organizaciones sociales y de la administración pública gallega.

En este modelo, al igual que en el ámbito de la discapacidad se pasó de un modelo médico o rehabilitador a una concepción social de la misma, haciendo hincapié en el carácter excluyente de las estructuras sociales y en la necesidad de adaptarse y valorar la diversidad de todas las personas. En el ámbito de la inclusión es necesario desarrollar un modelo de “discapacidad social” que sin dejar de lado los factores individuales promueva la modificación de las estructuras sociales que generan desigualdad.

No estamos ante una crisis temporal, sino ante un cambio de época donde debemos decidir si consentimos seguir avanzando hacia un modelo de privatización e individualización de los riesgos sociales, donde cada ciudadano debe buscarse la vida para asegurarse su bienestar, o defender un modelo de socialización de riesgos donde sigamos cuidándonos y haciéndonos cargo unas de otras.

El discurso asistencialista es cómplice de esta privatización, fomenta la culpabilización, la angustia y paradógicamente, la insolidaridad.

¿Por qué modelo opta usted?

@xosecuns

Versión del artículo: Asistencialismo ou cambio de estruturas? escrito junto a Luis Barreiro para la revista Encrucillada

Artículo actualizado, original publicado en marzo de 2018