La Voz de Galicia
Hablando de riqueza, pobreza, exclusión y con quienes no quieren quedarse al borde del camino
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Tuve la suerte de conocer a Rodrigo Fernández Miranda y a un equipo de excelentes profesionales aprovechando una investigación en varios ayuntamientos españoles para implantar planes locales contra la discriminación.  Además de un consultor e investigador notable, Rodrigo está muy implicado en movimientos como Ecologistas en Acción  o en la original, provocativa y ya clásica ConsumeHastaMorir y en aspectos de los que tenía muchas ganas de preguntarles como la publicidad y el consumismo, el consumo desorbitado de recursos, el decrecimiento, etc. A la vista de la elevada audiencia que ha tenido la llamada de Beti Vazquez para despertar a Pepito Grillo, la reflexión de Rodrigo es muy oportuna.

Hace ya bastantes años, cuando empezábamos desde Intermon a popularizar ideas como el comercio justo y el consumo responsable, se me quedó grabado un argumento: «Todos estos mercados que parecen tan lejanos, complejos e inaccesibles, terminan en usted y en mi, los que decidimos si comprar o no y a quien hacerlo«. ¿por qué nos sigue dando miedo asumir que tenemos este poder?

Gracias, Rodrigo

PENSAR, CONSUMIR, TRANSFORMAR

¿Cuántas veces compramos y consumimos cada día?

¿Qué impactos sociales y medioambientales tienen nuestras decisiones cotidianas de consumo?

¿Nos hacemos estas preguntas en el momento de tomar decisiones de compra? O, mejor, al comprar ¿nos hacemos preguntas?

Estaremos de acuerdo en que si la publicidad no existiera, nuestro modelo de consumo sería esencialmente diferente. Y seguramente, también en que la comunicación comercial, cada día más invasiva y omnipresente en nuestras vidas, no es un hecho artístico y neutro: la publicidad es, ante todo, un canal de transmisión ideológica que da sustento a este modelo de consumo dominante.

Muchas son las falacias que han ido calando con los miles de estímulos publicitarios en nuestra conciencia como personas consumidoras, configurando una suerte de ideología consumista socialmente normalizada. Sin embargo, hay tres que seguramente sean las más poderosas, porque son las más eficaces, que ayudan a que nos cueste demasiado poder ver más allá de los objetos, de las marcas y de los escaparates.

La primera falacia: que el consumo es un acto privado e individual, que comienza y termina con nuestras necesidades y nuestros gustos.

La segunda: que decidimos nuestro consumo de forma libre y soberana.

La tercera: en los países del Norte podemos mantener y hasta aumentar este nivel de consumo a perpetuidad y, si fuera posible, extenderlo al resto del planeta, porque ese sí que es todo un indicador de bienestar. Así, se pretende instalar la idea nuclear de que este consumo representa un espacio para el ejercicio pleno de nuestra libertad individual en el marco de las sociedades de consumo, y una forma de vida deseable para el resto del mundo.

Ideas falaces y mitos que alimentan y legitiman la incansable espiral consumista que tantos recursos naturales, materiales, financieros, temporales y emocionales nos exige: desear – comprar – dejar de desear – tirar – volver a desear – volver a comprar…

El consumo no es ni puede ser un acto privado e individual, en la medida que con la compra se apoya un determinado modelo de producción y de relaciones laborales que tienen repercusiones sobre otras personas y pueblos; y también, porque los residuos asociados al producto y su proceso de fabricación y desecho nos trascienden.

Este modelo de consumo nos ofrece la posibilidad de elegir libremente entre las millones de alternativas que nos ofrecen los mercados de la opulencia, aunque tiene un límite fundamental: prohíbe decidir por una única alternativa: la de no elegir ninguna.

Lisa y llanamente, no se puede producir y consumir ilimitadamente cuando los recursos con los que se produce son limitados, así como también lo es la capacidad del planeta y la biosfera para asimilar los residuos de este modelo.

Hablamos de consumo de masas, otra gran falacia, si tenemos en cuenta que las sociedades de consumo representan aproximadamente el 17% de la población del planeta Tierra. Y serían tres planetas como la Tierra los que serían necesarios para sostener la globalización de nuestro estilo de vida. Ergo, nuestro estilo de vida y de consumo son insostenibles. Si creemos que nuestra forma de vida es un derecho, tengamos en cuenta entonces que es un derecho exclusivo para una minoría.

Frente a un escenario socioambiental que se torna cada día más preocupante, nacen reivindicaciones sobre un consumo más consciente y responsable que apunta a la construcción de una conciencia colectiva crítica, para de esta manera reapropiarnos de un ámbito de la vida en el que nuestra soberanía cada vez se limita más a decir “sí, quiero”. Quiero eso que se anuncia, tengo derecho a ello, tengo capacidad y, si no la tengo, para eso están los créditos.

A eso nos referimos básicamente con construir una conciencia crítica: a recuperar la reflexión, las preguntas, las dudas, la sana sospecha sobre lo que compramos, dónde, a quién, con qué, cómo y en qué condiciones se produce, qué impactos sociales y ambientales tiene su proceso de fabricación. Y, sobre todas las cosas, por y para qué lo compramos. Porque lo que resulta económicamente conveniente para el fabricante y cómodo para el consumidor, casi siempre sale muy caro para muchas otras personas y también para el planeta.

Porque el consumo también supone una forma de intervención en ciertos ámbitos que la publicidad no nos cuenta. El consumo es un espacio potencial de compromiso y una vía para la transformación social.

No nos pidan calma, no. Porque al consumir cada día determinamos el modelo de economía y de sociedad que estamos construyendo. Porque al consumir cada día contribuimos a construir no sólo nuestro mundo, sino también el de nuestros hijos e hijas.