La Voz de Galicia
Hablando de riqueza, pobreza, exclusión y con quienes no quieren quedarse al borde del camino
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Soy de los que en vacaciones me gusta desconectar al máximo del trabajo o las rutinas del resto del año. Viajar, disfrutar de paisajes y ciudades, leer (este año me ha gustado mucho La delicadeza, de David Foenkinos, con un personaje como Markus del que alguna deslenguada ha dicho con cierta razón que se parece un poco a mi) o pensar relajado en lo que me espera a partir de mi vuelta.

Ocasionalmente leo algún periodico y me conecto a internet. Mejor no hacerlo a la vista de las noticias que como empieza a ser habitual este mes en los últimos años nos advierten y amedrentan ante lo que se nos viene encima si o si a partir de setiembre. Por supuesto y en la linea habitual, los principales perjudicados además de usted y yo serán sobre todo los millones de personas que en España y en todo el mundo viven en la pobreza o la exclusión y que encima tendrán la desverguenza de reclamar sus derechos, acudir a servicios sociales o pedir alimentos para sobrevivir.

Incluso, con toda tranqulidad, la Comisión Europea ha anunciado que el presupuesto del año que viene destinado a las personas más necesitadas se reducirá a 113 millones de euros, 400 millones menos que este año. Esta rebaja drástica podría privar a al menos 2 millones de europeos de la ayuda alimentaria que necesitan.

La verdad es que viendo toda esta sucesión de tragedias no he dejado de acordarme de «La doctrina del shock«, un documental de Michael Winterbottom basado en el libro homónimo de Naomi Klein. La vi hace un par de meses y no tuve ocasión de comentarla. El documental no deja de ser una versión estilizada del refrán «a río revuelto, ganancia de pescadores«, pero de una forma interesante y documentada nos habla del capitalismo del desastre, en el sentido de que para poder imponer las muy exitosas políticas económicas neoliberales (apadrinadas sobre todo por el Nóbel Milton Friedman), es necesario provocar o aprovechar desastres o contingencias de forma que ante la conmoción y confusión se puedan hacer reformas impopulares, especialmente las que implican reducción de derechos o servicios públicos.

Ya me dirán si están de acuerdo, pero al ver la película uno no puede dejar de relacionarla con las noticias que nos abruman sobre que debemos prepararnos ante el inexorable final de nuestro estado del bienestar. Y sintiendonos culpables además por derrochones.

No debería ser así. En el artículo de Carmen Morán, «Para la crisis, derechos asistenciales, no caridad«, el catedrático Vicenç Navarro se sorprende cuando escucha que España no tiene los fondos para mantener o incluso expandir el gasto público social cuando los datos muestran que es mucho más bajo que el que le corresponde por su nivel de riqueza económica. El PIB per cápita de España es el 94% del promedio de la UE de los 15. Y en cambio, el gasto público social por habitante es solo el 74% del promedio de esos países. Cree que los recursos existen «pero el Estado no los recoge porque teme enfrentarse con los grupos financieros, económicos y clases sociales adineradas que no contribuyen a las arcas del Estado como lo hacen sus homólogos en la UE de los 15″.

Pero como siempre hay luces y motivos para no perder la esperanza. Ya me gustaría escuchar en España a alguno de nuestro multimillonarios reclamar que se suban los impuestos a las rentas más altas, como acaba de hacer Warren Buffet en EEUU. Desde el New York Times y bajo el título «Dejad de mimar a los super ricos«, don Warren asegura que subir los impuestos a las clases altas no daña la inversión y critica al Congreso estadounidense por su afinidad a las rentas altas.  Sobre sus beneficios, Buffet afirma que  «lo que pagué fue sólo un 17,4% de mis ingresos gravables, y ese es un porcentaje realmente más bajo del que pagó cualquiera de las otras 20 personas en nuestro despacho. Su carga fiscal varió del 33% al 41% y de media fue del 36%«.

Y dentro de lo malo, he visto una pequeña luz en algunas de las medidas anunciadas por Italia para reducir su déficit como una pequeña subida de impuestos a las rentas altas o la fusión de cientos de ayuntamientos o de eliminación de provincias. No todo van a ser medidas para que paguen de nuevo los más débiles, los de siempre.

La luz no está solo en estas medidas, difíciles de creer viendo su gobierno y a su presidente, sino en que han sido impuestas por el Banco Central Europeo y la propia Unión Europea, como garantía por la reciente compra de deuda pública italiana. Si a ello le unen la tímida apuesta de Sarkozy y Merkel por fortalecer las estructuras políticas y económicas de la Unión Europea, armonizando impuestos como el de Sociedades o criterios o implantando una tasa a las transacciones financieras,  algo parece que se puede avanzar.

Y ya puestos a soñar con que alguien (a quien se pueda votar y exigir responsabilidades) nos gobierne en la Unión Europea, no saben como me gustaría que dieran el mismo golpe de mano en España, dejando de perjudicar a los que menos tienen sin apenas discusión y si afrontando YA, sin tanta tontería y debate aplazado la eliminación y/o fusión de administraciones y servicios públicos duplicad0s (comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, mancomunidades, universidades), la reducción drástica de parlamentarios o la lucha decidida contra la corrupción.

Uf. Se estaba bien de vacaciones. Ahora toca trabajar.