La Voz de Galicia
Seleccionar página

Hay un poema de Rimbaud titulado El barco ebrio en el que describe como nadie la sensación de deriva: «Más ligero que un corcho bailé sobre las olas […] sin añorar el ojo necio de los faros». Vari Caramés siempre habla de deriva, de como las imágenes le traen y le llevan. Y de como su cámara es testigo activo de su desconcierto. Cuando interviene lo hace desde la hipótesis. No busca una foto cerrada. A sus fotos no se les puede llamar capturas, puesto que deja en suspenso, esto es, en libertad, la mayor parte de las cosas que suceden dentro del encuadre. Tampoco es un archivo lleno de información: hay más elipsis que aseveración. Vari Caramés siempre se mueve en el terreno del boceto, que es el terreno más fértil de un artista. Muchas veces el artista abandona la fresca soltura del primer apunte para acometer ambiciosamente la obra definitiva. Y algo se pierde en ese tránsito. Esto a Vari no le pasa. Porque su cámara no es la de un notario. Su visor solo se activa con los mismos mecanismos caprichosos de la memoria. Las imágenes nos llegan por la puerta de atrás del subconsciente, como estímulos sinápticos. No necesita la luz esclarecedora de un faro (que no es otra cosa que un foco con el que dibujar perfiles) para levantar un mundo sin aristas. Blando como los relojes de Dalí. En la exposición Ritmo mareiro del Kiosco Alfonso de A Coruña, que estará abierta hasta el 19 de este mes, Vari desvela todas sus inquietudes sin un innecesario rigor retrospectivo. El 6 de junio la galería madrileña Astarté expondrá su trabajo durante Photoespaña. Antes de eso, el día 3, participará en una colectiva en Fundació Fotocolectania Barcelona junto a Alberto Garcia-Alix y Toni Catany, entre otros. El creador ferrolano en estado de gracia. Como Rimbaud, navegando a la deriva.