La Voz de Galicia
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Arco, la feria de nunca acabar

Arco es un delicioso y pertinaz déjà vu. Deambulando aturdido por las callejuelas del zoco mas glamuroso, uno juraría que esa cabeza de Jaume Plensa estaba ahí mismo el año pasado. Arco no es un mercado obsesionado por el producto fresco. Sobre todo porque este año, más que nunca, tocaba vender. Por eso se produjo un considerable acarrexo de coleccionistas extranjeros, como ancianos trasegados por un cacique en las municipales del terruño. Como me dijo un galerista, el primer día de la feria solo se habló en inglés. Para contrarrestar este sabor conocido y familiar se habilita Opening, sección para galerías internacionales y jóvenes, brillantemente comisariada por el coruñés Manuel Segade. Un poco de maquillaje.
Arco también es un divertido déjà vu. Por la noche la muchachada va al bar Belén o al Toni; sus mayores van al Cock o a una fiesta privada: si hay flamenco, miel … Seguir leyendo

Clásico contemporáneo

Fui al estudio de Francisco Leiro para hacer un par de fotos. Me quedé tres horas. Estaba naciendo una escultura. Más bien un conjunto escultórico. Dos figuras antropomórficas huyen de una imagen monstruosa: el chupacabras. Una escena entre folclórica y mitológica. Su composición está inspirada en un grabado de Goya en el que un toro salta al tendido provocando una estampida. Una figura amenazante, dos personajes en fuga. La fuga es un escorzo. El escorzo está en el comienzo del Renacimiento y el Cristo de Mantegna es su paradigma. Leiro es un clásico.

En el momento del esbozo, Leiro prepara el tronco de las figuras con cuatro trozos de tablón formando un paralelepípedo. Luego busca su ubicación en el espacio y su inclinación. Dos tablones más forman las extremidades inferiores y de pronto, mágicamente, seis tablones tienen apariencia humana. Recuerdan poderosamente al torso de Belvedere. Leiro me hace ver que … Seguir leyendo

Moldes sale al encerado

Todos recordamos, con una mezcla de ternura e incomodidad, ese momento en el que el profesor pronunciaba aquellas temidas palabras: “salga al encerado”. Delante de toda la clase, desnudo intelectualmente, el alumno debía demostrar su valía blandiendo una tiza. Ese recuerdo y otros muchos, ocultos en la desordenada biblioteca que vive en nuestro interior, afloran en muchos cuadros de Moldes. Su obra tiene ese tipo de potencia, en lo que tiene de autobiográfica. El hijo de Moldes estudia física. Garabatea fórmulas matemáticas en pequeñas libretas. Un lenguaje complejo e inextricable. Moldes rescata esas libretas para apropiarse de su caligrafía, que para el profano es un galimatías; después la convierte en un inesperado suceso gestual, en un baile de protones y de partículas que quieren explicar el universo. Y ahí, sobre un potente fondo negro, en el gran formato en el que la obra de Moldes respira y te envuelve, aparece … Seguir leyendo