La Voz de Galicia
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Hay pintores suficientes como para dedicar una vida entera a su descubrimiento y disfrute. De hecho, una vida entera no sería suficiente. Pero hay pocos ensayistas de la pintura. Artistas que se paran a reflexionar y a hacerse preguntas sobre objeto, soporte y contenido. Preguntas sobre lo que significa seguir pintando hoy. Pintores que no insisten, que se paran y piensan; que saben que empuñar una brocha no convierte cada brochazo en una sentencia; que solo manchan cuando hay una idea que mueve el pincel. Pintores que no se adocenan en interminables series; que no se repintan a sí mismos una y otra vez. Miquel Mont es este tipo de pintor.
En los textos que acompañan la muestra, queda patente la desnuda y rotunda intelectualización de sus procesos de trabajo. Su última obra está reunida bajo el epígrafe de “Cooperaciones”, una polisémica forma de referirse al encuentro de materiales diversos o a la necesidad de que los procesos de percepción del espectador completen la obra. Las piezas están montadas sobre bastidor de aluminio y este es el punto de partida, la primera decisión. Cubre los bastidores con metacrilato, utilizando tornillos que quedan a la vista; luego los pinta por detrás con gruesos barridos de pintura y con lineas realizadas con . Si te acercas un poco más hay otras lineas que son pequeños arañazos en la delicada pátina de la primera mancha; son sucesos del estudio incorporados acertadamente a la obra. Las piezas se construyen por decantación, todas las pieles que la componen están inventariadas con rigor científico. Pero el metacrilato no cubre del todo el bastidor, el hueco resultante invita a participar al vacío, al aire, a la pared. El hueco es una elipsis, tan elocuente como un montón de pintura empastada. Todo buen orador valora la potencia expresiva del silencio. Además el metacrilato no es completamente opaco, por lo que su tenue transparencia aporta nuevos planos de comprensión. La transparencia es la más efectiva de las veladuras. Y esta es una de las preocupaciones de Mont: ensamblaje y pared se confunden y dialogan. Una pieza de Mont se apropia de la pared que ocupa y del espacio circundante. Una pieza de Mont no cuelga de una pared, la habita. Soporte, marco, vacío y huella, poco a poco la gramática se va construyendo y entonces, inevitablemente la pintura vuelve a palpitar. El hartazgo de imágenes en el que vivimos, el exceso de información y la convivencia de lenguajes queda un poco atrás cuando el pintor acomete el atávico momento de la mancha, el rupestre anhelo de cubrir la superficie con su huella cromática. La memoria y el bagaje dejan paso al inexplicable y mágico momento que hace de la pintura algo inagotable.
La pieza central, que pertenece a la serie “Lapsus”, es una obra realizada in situ, pero va mucho más allá del mural o, como se le llama ahora pomposamente, (pues no hay concepto en el arte actual para el que no se acuñe un anglicismo) wall painting. Se trata de un semicírculo de pladur apoyado en la pared y de su misma superficie invertida, que completa el episodio geométrico, pintada en la pared. Entre las dos mitades hay una falla, están desplazadas casi un metro. Lo que está pintado es bidimensional y especulativo, participa remotamente de la clásica ficción de la representación en la pintura; lo que esta apoyado es físico y tangible, pero no pretende ser escultórico, sino más bien discursivo; la pared, y por extensión toda la sala es el soporte. Una vez más Mont pone en cuestión la pintura acotada en los límites del bastidor y obliga al espectador a posicionarse y a cerrar el círculo. No se conforma con una ventana. Va buscando un horizonte.