La Voz de Galicia
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La figuración sigue siendo un quebradero de cabeza. Amortizados todos los ismos, Velázquez sigue siendo profundamente moderno y envejece mejor que las vanguardias. El pop art es como el amigo que se cree ingenioso porque es capaz de solapar una batería de chistes fáciles; el hiperrealismo es el cuñado repelente que te amarga las cenas familiares con el relatorio de sus habilidades bursátiles. El Velázquez contemporáneo es Hockney; luego podemos consolarnos con el acuoso Luc Tuymans, hábil constructor de atmósferas. Y finalmente tenemos al inclasificable Alex Katz, que utiliza su delicada, desgarbada y calculada torpeza  para la belleza y la sensualidad; y no para la militante fealdad de los brutalistas germánicos.
Sus cuadros son como un encantador picnic, lleno de frívolos personajes de la alta burguesía. Como si de fondo sonase Burt Bacharach. No hay crítica ni ironía, sino aparente intrascendencia. Pero solo en apariencia. Superada la misión representativa, cuyo lugar ocupa la fotografía, la pintura afronta retos nuevos. Si Katz dibuja un árbol no se obsesiona con la fidelidad ni la precisión en la aprehensión de la luz: inventa su propio árbol. Es decir, es profundamente abstracto. No pinta un claro en el bosque, pinta la sensación que experimentas cuando te acercas al lugar. Cuando hace un retrato es como una viñeta de Corto Maltés. Elegante y sofisticado. Por eso se le vincula sesgadamente al pop, que es una enorme y desordenada caja llena de juguetes. El propio Katz se sitúa a sí mismo en la génesis de un estilo que nació británico y  acabó fagocitado por la ternura facilona de los norteamericanos. Años después no entiendo por qué le calzamos la etiqueta de pop a todo lo que tiene colores chillones y fondos planos. Creo que Katz, simplemente, se enfrenta a la figuración con más información que sus maestros. Velázquez no podía saber nada de cómic underground, ni de manga, ni de ilustración. Además el pop es más proclive al ensamblaje, a la transferencia o a la frondosa verborrea de Rosenquist, por ejemplo. Pero es menos sensible a los problemas clásicos de la pintura. En cambio Katz comparte las mismas inquietudes que Velázquez. Solo que Velázquez no veía televisión.