La Voz de Galicia
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En el fondo de los cajones de un pupitre duermen los sueños de un escolar. En los de Ramos Balsa se agita el mar. Y se agitan más cosas a las que se puede llegar de una forma inocente o después de una honda reflexión intelectual. Son muchos los niveles de lectura. En el arte contemporáneo el receptor es libre de ignorar las complejas motivaciones del emisor. En otras palabras, puedes disfrutar de la pintura de Palazuelo sin su cháchara esotérica. En el caso de Rubén el disfrute es más intenso cuando indagas en su mundo, complejo y rico. Ciencia y arte. Número y belleza. El paso del tiempo y la repetición. Educación y aprendizaje. Por eso, por su preocupación por las cuestiones pedagógicas, la pieza principal son nueve pupitres en cuyo interior, donde tendrían que languidecer los libros de texto, Rubén ha instalado pantallas que reproducen vídeos del mar. Donde tendrían que apolillarse los apuntes, que le deben más a la nemotécnica que a la práctica empírica, flota el pensamiento libre. Además, el agua y su comportamiento son otra de sus preocupaciones. En el estand de Fúcares en Arco proyecta un video de un arroyo que es como el río que pensó Heráclito. No puedes bañarte dos veces en la misma imagen.
La fotografía que presenta en esta muestra es exquisita, cruda, literal. Tan escrupulosamente fiel a la realidad que acaba siendo completamente abstracta. Un papel arrugado de pronto tiene la sensual corporeidad del alabastro. Te acercas para intentar entender su materia y la foto contiene toda la información y, paradójicamente, todo el misterio. Es la mesa de trabajo de un científico. Todas las preguntas están planteadas. Las respuestas te corresponden a ti.
Los paisajes de Ansel Adams, miembro destacado del grupo f64, parecen inspirar de una forma extraña a Ramos Balsa. Cuando el diafragma se cierra a tope sobre un objeto obtiene la máxima información óptica. Adams y su grupo creían, por tanto, que era más verdad. Rubén sabe que la verdad es una ecuación a la que los científicos responden, aunque no lo admitan, con filosofía. Las fotos de bolsas arrugadas, papiroflexias variadas y fruta que se oxida inexorablemente, convierten el objeto en algo que no está cerrado, que está sujeto a una constante discusión. Como el río de Heráclito.