La Voz de Galicia
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La realidad y la ficción se dan cita en esta foto. Es como si Jeff Wall hubiese construido uno de sus poemas visuales, polisémico y evocador. Tiene una explicación más bien prosaica: un caballo suelto, que cruza la carretera, es reducido por los empleados de una gasolinera. Después lo atan a una señal. Pero podría resultar pintiparada para ilustrar una fábula del Armagedón. La génesis de la historia es bien conocida. Hace un par de tardes, cuando el dinero corría a raudales, se levantaban con alegría apeaderos y marquesinas de noble cantería. De orden dórico si era menester. Urbanizaciones hasta donde alcanzaba la vista para una natalidad en retroceso. Se volvió imprescindible tener un aeropuerto en cada villorio. En Castellón no llegó a aterrizar ningún avión y esto lo convierte en el primer aeródromo abstracto. Pero con una lujosa terminal. Terminal, como resultó ser nuestro modelo económico. Luego nos entró la fiebre musealizante. Los grandes arquitectos fueron convocados para concursos de ideas. Competían por la idea más peregrina. Los trenes más veloces cosían el territorio y comunicaban entre sí fastuosas estaciones. Más concursos de ideas. Pero no comunicaban del todo a la dispersa población, porque se desatendía sistemáticamente la red de cercanías. Solo se prestaba atención a los grandes proyectos y a las grandes cifras. Era tal nuestra megalomanía. El entramado financiero encargado de pagar la factura de la gran fiesta tenía un virus sistémico. Se vino abajo. Tras el gran crack ya no queda combustible y la quiebra energética se extiende por todo el planeta. Un gran apagón digital ha parado todas las máquinas, borrado todos los archivos, cegado todas las memorias, interrumpido todas las telecomunicaciones. Los satélites siguen girando con obstinada gravitación pero ya nadie recibe sus mensajes. Ahora los hombres vuelven a echar mano de las bestias para desplazarse y para arar los campos. Alguien deja amarrada su montura a un panel de una autovía. Antes circulábamos ufanos por ellas en nuestro segundo coche rumbo a nuestra segunda residencia. Ahora, aunque están desiertas, las infraestructuras siguen ahí, como templos de una sociedad extinguida. La escena final para esta fábula podría rodarse en el Gaiás. Como Charlton Heston en el «Planeta de los Simios» preguntándole a un jirón de la estatua de la Libertad qué ha sido de la orgullosa opulencia de su civilización.