La Voz de Galicia
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La primera y única vez que tuve el honor de fotografiar a Díaz Pardo fue en su casa de O Castro y ya estaba muy mayor. Conservaba toda la fuerza en la mirada pero su retrato empezaba a estar en fuga. Aún así todavía era capaz de subir la empinada escalera, de peldaño corto, que conducía a su estudio. La ligereza con la que subía aquella escalera era la metáfora, más sutil y sencilla, de una vida dedicada a Galicia. En su casa los cuadros de Seoane, Colmeiro, o Pesqueira, alicataban las paredes como en una montonera. Como se cuelgan los cuadros en un museo británico. Las paredes estaban revestidas de óleo sobre lienzo. Sudaban trementina. Después de las fotos y de un café me despidió afectuosamente. Por la tarde tenía que acudir a una conferencia en la Fundación Luis Seoane. La conferencia giraba en torno a la génesis de Sargadelos. Toda su intervención se centró, como era su costumbre, en quitarse méritos a sí mismo. Pero cuanto más se esforzaba en esta tarea, más quedaba patente la grandeza de su obra. El momento álgido llegó cuando pronunció una frase que jamás olvidaré:  «Luis Seoane poñía as ideas, eu facía os cacharritos». Es lo que pasa cuando alguien añade ternura al solemne peso de la Historia.