La Voz de Galicia
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Todos tenemos vocación de capataz. En las obras, tras la vallas, son legión los que disertan sobre la calidad de la mezcla del cemento armado. Son tantos los que hablan como los que hacen. Rubalcaba tiene una carpeta en la que hace meses rotuló el lema «Cosas que haré cuando sea candidato». En ella ha ido volcando ideas felices que ahora suelta como revelaciones. Rajoy ensaya delante del espejo su inglés con mil palabras. Zapatero lanza miraditas al vacío. En esta terna no se sabe muy bien quién habla, quién dice y quién hace. El Senado es un misterio. Podrían vestir largas túnicas y, deambulando en paseos aristotélicos, pergeñar tratados de retórica. Pero entonces parecería una fiesta-toga y las instituciones no andan sobradas de credibilidad como para arriesgar en numeritos. Si convenimos que los diputados son los que hacen, lo que es mucho convenir, entonces los senadores son los que miran. Habría que añadir al poder legislativo el poder contemplativo. En cambio, los eurodiputados son indiscutiblemente más coloristas. Y más viajados. Y además mantienen vivo el mito de la torre de Babel. Unos hacen, otros miran y otros traducen. Y dietas, muchas dietas. Para qué tantos Parlamentos. Por qué no dejamos que Merkel resucite el imperio austrohúngaro y salve al euro o, directamente, acuñe moneda propia. Por un merkel de plata te dan dólar y medio. Además te llevas, impreso en la moneda, un picarón perfil de la gobernanta teutona. Que vuelva ya el colonialismo. Si es que alguna vez se ha ido.
Un hombre sentado mira cómo otro trabaja. Hasta ahí todo normal. Un episodio nacional, un pedazo de la historia de España. Lo insólito es que están encima de un tejado. Con inquietante naturalidad. Quién necesita arneses cuando puedes usar una confortable silla. O un sillón orejero. Lleva guantes en las manos. Esto quiere decir que hasta hace nada estaba trabajando y que ahora simplemente se toma un merecido descanso. Pero la imagen resultante, después de pasar por el sesgado túrmix de un fotoperiodista, cuenta otra historia. Sobre un tejado suelen pasar cosas. Una gata se desliza sobre el zinc caliente. Los deshollinadores se curran números musicales. Los ladrones de guante blanco, enlutados para confundirse con la noche, se dan a la fuga con diamantes en el peto. Ninguna de estas imágenes es más poderosa que el monumento a la pachorra levantado por la cámara de Manuel Marras. Que nunca descansa