La Voz de Galicia
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Diez años después, Gotham aún se lame las heridas. El caballero oscuro contempló impávido el desmoronamiento de un imperio y ahora, diez años más viejo, conserva sus cicatrices. Cada una de ellas corresponde al doloroso dibujo de una onomatopeya. Gerónimo, el villano que no se merecía, fue abatido sin épica. Sin imágenes. Sin tele. En una clandestinidad que acabó por hurtarle grandeza a la gran epopeya de este siglo. Cuando un héroe no tiene un buen antagonista entonces no está completo. Los equilibrios telúricos necesitan de esa simetría. Pero la vileza de Gerónimo era seca, irracional, íntegra. Su locura no generaba empatía al modo en que lo hacen los entrañables malos de la serie B. Un profesor chiflado; un científico bienintencionado que traspasa la línea; un fantasma enamorado con un retrato arrasado por el ácido. El propio Banderas, ganado para la maldad por Almodovar, desmarcándose de su eterno papel de latino intrascendente. En cambio, Gerónimo no tenía ningún sentido del espectáculo. Esto es paradójico, porque fue responsable de las imágenes más estremecedoras de la historia de la humanidad. La catástrofe más televisiva. Adrenalina en vena para la depredadora lujuria de un productor en prime- time. Lo más visto de lo más visto.
Batman hace tiempo que ha abandonado la lucha armada. Ya no le pasa la ITV al batmóvil y hace años que no recibe carta de Robin. Siempre hubo sospechas de que había algo romántico entre ellos. Robin está casado, retomó su condición de opositor y es registrador de la propiedad. Ahora defiende la propiedad ajena detrás de un pesado escritorio de caoba. Su único enemigo es la alopecia. Batman tuvo que enterrar a su fiel mayordomo y vive solo, sin servidumbre, en la última mansión que le queda. Sus negocios ya no van bien porque uno de sus asesores le aconsejó invertir en las subprime. Ni siquiera es capaz de ceñirse el traje. Está un pelín fondón. Su abandono deriva de que ya no entiende el mundo. Ya no sabe quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Él también es un cándido producto de la guerra fría. Siente la misma nostalgia que un agente de la CIA releyendo a Grahan Greene. Los focos bañan la oscuridad gótica de la zona cero. Batman se hace un ovillo debajo del bat-edredón. Suspira. Al murciélago no le sienta bien la jubilación