La Voz de Galicia
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Hubo un tiempo en que Gadafi era amiguito del alma o, dicho de un modo más coloquial y fallero, se dejaba querer un huevo por algunos líderes europeos. Dejaban que instalase su jaima en versallescos jardines de la vieja Europa; mientras mantuviera ordenado su propio jardín, donde crecen flores fósiles, que una vez destiladas moverán los motores y los mercados. Rodeado de su guardia amazónica, un insólito harem militarizado que son sus propios Ángeles de Charlie, su acartonado cutis competía en maquillaje con el de Berlusconi en la cumbre del G-8 en L’aquila. Hoy el extravagante dictador ya no es un grato compañero de juegos y está haciendo el clásico viaje, que ya recorrieron otros caudillos, de cancerbero de Occidente a proscrito de Oriente. Gadafi pertenece a esa casta, poco poblada, que podríamos llamar pijerío musulmán. Estos prohombres visten trajes de seda italiana o tradicionales chilabas según tengan que mostrar su refinada educación colonial, obtenida bajo el birrete de las mejores universidades, o su indomable nacionalismo árabe; o como le gustaba últimamente a Gadafi: su panafricanismo. Sus mansiones comparten con los pazos de los narcos arousanos, violentados con oropel y hormigón, el mismo gusto por la hipérbole decorativa. Sus descendientes presentan afinidades biográficas con Michael Corleone, el hijo listo y culto que quiso redimir a la familia y blanquear su apellido al mismo tiempo que sus negocios. Para acabar convirtiéndose en su propio padre, en un  vencido Rey Lear. Con Coppola y Shakespeare nos sobra pra explicar el mundo.
Así las cosas, una gacela asoma en las ruinas de uno de los complejos residenciales de Gadafi. Después de tanta foto de rebelde libio descerrajando sus subfusiles al cielo de Trípoli, esta singular imagen es puro oxígeno gráfico. Gadafi también fue en su día un rebelde libio. Pero para desactivar a un rebelde no hace falta un trono; basta un escaño, o si me apuran, una concejalía. La gacela, desubicada, podría haber escapado de un sórdido Neverland lleno de animales exóticos para deleite del dictador o de un arca en ruinas a la espera de un diluvio que está a punto de caer. Inmediatamente aparece la imagen de Bambi que vuelve desde nuestra infancia. Después de resolver su enigma de género (al parecer Bambi era un chico, según un montón de gente en un montón de foros; la Red es un parlamento peregrino) aparece desde nuestro cruel presente la imagen de otro estadista en caída libre. A Zapatero, otro personaje al borde del diluvio, también le llamaban Bambi. Ahora le llaman de todo.