La Voz de Galicia
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Una de esas paradojas, que nos hacen ser lo que somos, es la que dice que el mejor pulpo se come en el interior. En Melide, cerne de Galicia, el pulpo se comía en Casa Ezequiel. Si los Corleone fueran de Melide, sus bodas, bautizos y comuniones se celebrarían allí. A los postres, El Padrino daría audiencia a los jefes de las familias en la trastienda. Cuando le tocara a Clemenza, un tipo noble aunque arrabalero, llegaría con dos grandes lamparones de vino tinto. No sonaría una tarantela, sonaría una banda de gaitas. Los Garceiras no estaría mal.
Al principio Ezequiel era un bajo de obra, con las paredes de ladrillo sin revocar. A algunos podrá parecerles feísmo. Suponiendo que lo bonito sean esos aburridos restaurantes seudominimalistas que los epidérmicos interioristas llaman de estilo modernito, decorados con muebles de diseño. Como si los otros muebles no los hubiera diseñado nadie. El domingo, en sus mesas y bancos corridos se sentaba todo el pueblo. El rico y el pobre. El pudiente y el menesteroso. Los tratantes de ganado cerraban allí sus tratos. Las cuadrillas de la construcción celebraban el remate de un encofrado. Cuando había motivo, había pulpo. Cuando no lo había, el pulpo de Ezequiel era motivo suficiente.
Era un ágora untada de aceite de oliva y pimentón, rebozada en serrín. Esto era a principio de los ochenta. Antes de eso fue un taller y en tiempos remotos un cine, antes del cine sonoro. Al fantasma de Buster Keaton el pulpo aún lo deja mudo. 
Hoy hay otras pulperías en Melide de gran calidad y Ezequiel, tras su remodelación, ofrece un aspecto aseado. Algo habrá influido esa secreta cruzada de las autoridades sanitarias, responsable de hurtarle autenticidad a las tradiciones. Y sustancia. Pero mantiene las mesas corridas, lo que le da ambiente de feria, esencia de una buena pulpería.
Para oficiar eso que llaman la paliza del pulpo, que se consuma golpeando al cefalópodo para quitarle el bravío y que luego no esté duro, en un alarde de I+D, usan una hormigonera. La hormigonera, ese electrodoméstico donde se empezó a amasar nuestra prima de riesgo, piensa que sigue alimentando una burbuja. Pero en realidad alimenta el recuerdo de los sabores de la infancia. El sabor del buen pulpo. El que me enseñó a comer mi abuelo. Cuando me llevaba mi abuelo era Mercedes, mujer de Ezequiel y la matriarca, la que cortaba el bacalao (el pulpo, perdón). Hace años le cedió las tijeras de mando a su yerno Jorge, que regenta con su mujer, también Mercedes, el negocio. El otro día me confesó que en Agosto del año pasado llegaron a vender 6000 kilos de pulpo.
También que lo compraba en Bueu. Que cunde más. Esto quiere decir que el pulpo del reportaje, que pueden leer dos páginas más atrás, podría acabar dentro de la hormigonera.