La Voz de Galicia
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Los garbanzos

Recordábamos el otro día aquí que lo que no quería bajo ningún concepto la deslumbrante Kikí de Montparnasse era volver a comer garbanzos, menú que representaba para la musa algo así como la antítesis del champán, del caviar, en fin, del glamour o como se deletree ahora la palabreja esa que tanto marean los pijos.

Un garbanzo es el caviar de los pobres, aunque se disfrace de humus, ese plato que cuando se pide uno siempre se teme que el cocinero, perdón, el restaurador, va a sacar una palada de tierra del jardín y soltarla en el plato sin más historias. Kikí, aferrada a su fabuloso París, no quería volver al pueblo, ni a comer garbanzos. No quería dejar aquel circo surrealista en el que se había convertido su vida de modelo, amante y confesora de los grandes creadores del París de entreguerras. Nada de garbanzos, vaya.

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Kikí de Montparnasse

Alice Ernestine Prin (Chatillon-sur-Seine, 1901-París, 1953), a la que todos llamaban Kikí de Montparnasse, es el 55.jpgrostro (y, por supuesto, el cuerpo) del París de entreguerras, aquella ciudad que en el entreacto de dos devastaciones que rozaron lo absoluto fue la capital del planeta, al menos en lo que respecta al arte y la cultura, que según cómo se pongan las cosas a veces es lo único a lo que uno puede aferrarse. En aquella capital pululaban, igual que ahora pululan los turistas con sus tripas cerveceras y sus cámaras digitales con memoria ampliada, tipos como Modigliani, Picasso, Duchamp, Fujita, Breton, Tristan Tzara, Hemingway o Man Ray, que caminaban sin rumbo a la orilla del Sena, no sé, buscando una luz, una metáfora, un perfil, que vagaban dándole sin parar al manubrio del surrealismo, del dadaísmo, del vanguardismo, inventándose revoluciones, incendiando las … Seguir leyendo