La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Georges Perec, el juego infinito

En este decimonónico y por muy diversas circunstancias dickensiano 2012, mientras Occidente se empeña por primera vez en su historia en recorrer a marchas forzadas la vía del retroceso, resulta casi incomprensible pensar que no hace tanto tiempo (en 1978, sin ir más lejos) se escribían, se publicaban e incluso se leían libros como La vida instrucciones de uso. Abrir la obra maestra de Georges Perec (París, 1936-Ivry sur Seine, 1982) y zambullirse en sus seiscientas páginas de puzles, relatos cruzados, cuadros y combinaciones es jugar con el autor una partida de ajedrez literario sobre las casillas del inmueble de la calle Simon-Crubellier de París. Pero como todo juego, este acto lúdico encierra también un gesto profundamente subversivo. Lo sabían Perec y sus compañeros de viaje en la aventura del taller OuLiPo (el matemático François Le Lionnais y los escritores Italo Calvino o Raymond Queneau, entre otros insurrectos), … Seguir leyendo

La galaxia Perec

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«Abre bien los ojos, mira». La cita, extraída del Miguel Strogoff de Julio Verne, es el primer fogonazo que recibe al lector que se zambulle en las páginas torrenciales de La vida instrucciones de uso, la novela estelar que vertebra la constelación literaria y artística de Georges Perec (París, 1936-Ivry-sur-Seine, 1982). Esa sencilla frase es el único punto de apoyo que se necesita para asomarse a una galaxia que ha convertido a su autor en uno de los escritores fundamentales de la segunda mitad del siglo XX y, más allá del territorio de las letras, en uno de los creadores más influyentes en el arte contemporáneo. A la reivindicación del legado perequiano se suma la Fundación Luis Seoane con Pere(t)c, una exposición de producción propia que traza un recorrido fascinante por los escritos, películas y proyectos artísticos de Perec y por la huella que su obra multiforme ha … Seguir leyendo

Paradójicamente

Sólo a  mí se me ocurre citar a Bartleby, el escribiente. Su mera mención, en la anterior entrada de este cuaderno de bitácora, ha tenido en mí un efecto devastador, paralizante, como los venenos que las arañas inyectan en sus víctimas para luego poder paladearlas con sosiego. Hace una semana yo mismo me inoculé la pócima del mal de Bartleby al plantar aquí su nombre y, lo que es más grave, su legendaria sentencia: «Preferiría no hacerlo».

Por eso, hoy, aunque tendría que contar algo sobre Mario Benedetti, que también se ha ido a respirar el polvo de las estrellas, sinceramente, preferiría no hacerlo. Podría, por ejemplo, dedicar a Benedetti uno de mis Inicios de novela. Podría citar el arranque, pongamos por caso, de La tregua, que creo que empezaba así: «Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer … Seguir leyendo