La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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«Gómez de la Serna era un tuitero»

Explorador de abismos, descubridor de Montanos, Pasaventos, Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) aterrizó ayer en la UNED de A Coruña para charlar de sus obsesiones con los lectores.

—Se reedita, diez años después, «El mal de Montano» en Seix Barral, el primer libro español que ganó el premio Médicis…
—Es el libro más premiado de los míos, ha tenido cinco premios, entre ellos el Herralde, el Nacional de la Crítica y el Médicis al mejor libro extranjero publicado en Francia, que yo creo que es el más importante de todos los que he recibido en mi vida. Ahora he tenido con Dublinesca el Premio Cunhambebe de Literatura Extranjera en Brasil, que es el Médicis brasileño y que tiene un gran mérito por los finalistas que había.

—Estaban algunos de los grandes: Roth, DeLillo, Vargas Llosa…
—Supongo que porque eran más grandes han decidido eliminarlos [risas]. Ha quedado Hertha … Seguir leyendo

Vila-Matas: «De haber hecho cine, me habría parecido a los Coen»

En su última novela, , Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) salta de Dublín a América en la enésima vuelta de tuerca del autor a su obra única.
—Después del «salto inglés» de «Dublinesca» ahora emprende una especie de «salto americano».
—Se puede decir también que de la Odisea dublinesa (Ulises) he ido a parar a mi barrio de Barcelona (Ítaca), porque es en ese barrio poco conocido de mi ciudad (la calle Buenos Aires y alrededores), donde suceden gran parte de los hechos que narra mi novela.
—Digo lo del «salto americano» porque también hay aquí una atmósfera del cine de los hermanos Coen, de esa capacidad que tienen de hallar y de narrar lo asombroso (y a veces lo monstruoso) en medio de lo cotidiano, que precisamente es otra clave de su obra.
—Para ciertos momentos de la novela tuve presente  de los Coen. Un «salto americano» en la calle … Seguir leyendo

En los mundos de Vila-Matas

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Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ha cambiado de editorial, de agente y hasta de casa. Ha dejado su legendaria atalaya de la Travesía del Mal -como apodaba a su antigua calle: la Travessera de Dalt-, desde la que veía Barcelona derramarse hasta el mar, por un piso en el bullicioso Ensanche. Pero lo que no ha mutado es su literatura, felizmente heterodoxa, al margen de capillas y academias. Es la voz más radicalmente innovadora de su generación y, cuando todavía late el «salto inglés» que trazó en marzo con la edición de Dublinesca, Vila-Matas vuelve a tensar las neuronas de sus devotos con la publicación del ensayo Perder Teorías (Seix Barral) y la obra colectiva El juego del otro (Errata Naturae), en la que comparte espacio y travesuras con Paul Auster, Jean Echenoz, Barry Gifford y los artistas Paul Klee y Sophie Calle.

-En El juego del otroSeguir leyendo

La ballena blanca

Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) escribió dos libros que invocan el silencio. En plata: dos libros que invitan a no escribir ni una sola línea más, a no sumar estériles párrafos a la historia de la literatura, quizás ya consumada en sus páginas. Uno se titula Bartleby, el escribiente, donde su protagonista pronuncia la célebre frase, «preferiría no hacerlo», que Enrique Vila-Matas convirtió luego en lema de los escritores que un buen día deciden callar para siempre: los Bartleby.

El segundo y definitivo navajazo a la yugular del sistema literario se llama Moby Dick y provoca el mismo efecto: quien lo lee se ve aplastado por la abrumadora (y casi castradora) belleza de este texto, que lleva al autor contemporáneo a pensar muy seriamente si merece la pena escribir algo después de llegar, sin aliento ya, a este último y demoledor párrafo: «Entonces volaron pájaros pequeños, chillando sobre el … Seguir leyendo

Paradójicamente

Sólo a  mí se me ocurre citar a Bartleby, el escribiente. Su mera mención, en la anterior entrada de este cuaderno de bitácora, ha tenido en mí un efecto devastador, paralizante, como los venenos que las arañas inyectan en sus víctimas para luego poder paladearlas con sosiego. Hace una semana yo mismo me inoculé la pócima del mal de Bartleby al plantar aquí su nombre y, lo que es más grave, su legendaria sentencia: «Preferiría no hacerlo».

Por eso, hoy, aunque tendría que contar algo sobre Mario Benedetti, que también se ha ido a respirar el polvo de las estrellas, sinceramente, preferiría no hacerlo. Podría, por ejemplo, dedicar a Benedetti uno de mis Inicios de novela. Podría citar el arranque, pongamos por caso, de La tregua, que creo que empezaba así: «Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme. Debe hacer … Seguir leyendo