La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Niemeyer, la curva infinita

Por solo diez días no llegó a sumar 105 años. La mirada de Óscar Niemeyer (nacido en Río de Janeiro, el 15 de diciembre de 1907, como Óscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares Filho) se apagó definitivamente la madrugada del miércoles al jueves en el hospital de Río en el que llevaba ingresado desde el pasado Día de Difuntos (todo un augurio).
El arquitecto brasileño logró doblegar el hormigón armado hasta trazar con este áspero material las poéticas y sensuales curvas que han convertido su obra en un icono de la segunda mitad del siglo XX. Y, a pesar de que dobló de largo la esquina del cambio de centuria y de milenio, Niemeyer es fundamentalmente un símbolo de ese siglo convulso que, cabalgando a lomos del idealismo, inventó algunos de los monstruos más aterradores de la historia. Niemeyer fue hasta su último aliento un comunista irreductible y en … Seguir leyendo

La biblioteca fantasma

En Austerlitz, la novela de W. G. Sebald, el protagonista del relato, Jacques Austerlitz, nos cuenta el desamparo que le causa su paso por la flamante Biblioteca Nacional de Francia, paradigma de esa arquitectura como de fuegos artificiales, todo cohetería que se esfuma cuando uno cruza el umbral del coloso y descubre que, pese a la sobredosis de estética y de alardes técnicos, el edificio es tan bello como inútil, porque ni siquiera de lejos cumple con su función. Sebald detalla, con su destreza habitual, las zancadillas burocráticas y de diseño que hay que sortear en la biblioteca parisina hasta que, finalmente, se logra tocar un libro y abrir sus páginas, ese simple y hermoso gesto para el que supuestamente se erigen estos ultramodernos santuarios de papel. Como aquí no tenemos Sena, nuestra Biblioteca Nacional de Galicia se alzará a orillas de la autopista del Atlántico, que no es … Seguir leyendo

El arte del simulacro

El simulacro se impone, desde hace lustros, en el arte. Da un poco igual si, en medio de una moderna galería, uno planta una tijera de capador, un meadero de pared, un arado romano o un reloj de cuco. Lo que de verdad marca la diferencia entre esos artilugios no es su belleza, ni su complejidad técnica, sino el discurso conceptual que uno se monta alrededor del cacharro. El mismo sendero han recorrido con provecho otras disciplinas, como la arquitectura, que alza edificios que son todo pellejo y muy poca chicha, aunque al inmueble se le adjunta luego un dossier con mucho argumento teórico que rellena los orificios que dejó el arquitecto sobre el plano.

Pero los que han elevado el simulacro a la categoría de lo absoluto no son ni los filósofos, ni los artistas contemporáneos, ni los arquitectos, ni siquiera esos escritores que ya poco importa lo que … Seguir leyendo