La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Jesús Marchamalo escribió en el 2004
un libro de amor a los libros, a las bibliotecas, a
los autores, a los lectores, y lo tituló Tocar los
libros. Desde entonces lo ha publicado tres veces
en tres editoriales distintas. Y, como los enfermos
devoradores de páginas no paraban de reclamar
su reedición, el sello Fórcola ha vuelto a ponerlo
en circulación. Así que hay que regresar a Marchamalo
para redescubrir, con Borges, que somos
lo que leemos. Para ver cómo los volúmenes
van invadiendo cada rincón de la casa, hasta el
punto de que lectores ávidos como Sergio Pitol
van ampliando sus estancias a medida que las
novelas van ganando espacio. O hasta ponerse
drásticos, como Dámaso Alonso, que decía que
a cierta altura de su vida su única ocupación
era plantarse por la mañana en la puerta
de su domicilio «para impedir que entre en
esta casa un solo libro más».
¿Cuántos ejemplares son indispensables
en la biblioteca ideal? Para Perec, la
cifra deseable era 343, que iba renovando
constantemente. A Borges le bastaban
2.000 o 3.000 y cuentan que Eduardo Mendoza tan
solo atesora unos trescientos, porque en cuanto
los termina, los abandona en parques o cafeterías
para que caigan en manos de otros lectores.
El caso más radical de esta economía defensiva
del espacio es el del ensayista Joseph Coubert, que
arrancaba las páginas que no le interesaban de los
libros y se quedaba solo con las imprescindibles.
También arrancaban hojas Julio Cortázar y Aurora
Bernárdez durante sus viajes por Italia, páginas
que se iban pasando uno al otro hasta que, una
vez leídas, las arrojaban por la ventanilla del tren.
Umbral, recuerda aquí Marchamalo, se libraba de
los libros por inmersión: los lanzaba a la piscina.
En los extremos de la profanación y la reverencia
al libro tenemos los casos de Machado, que
se comía literalmente pedacitos de sus lecturas, y
Juan Ramón Jiménez, que se lavaba cuatro veces
las manos antes de tocar la poesía de Verlaine.
Estas y otras perversiones son las múltiples
formas de amar la literatura que nos cuenta Marchamalo
en su delicioso Tocar los libros.