La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Ningún deporte —ni siquiera el
fútbol— ha generado tanta literatura como el
boxeo. Su leyenda negra, su atmósfera maldita
y nocturna y, a fin de cuentas, el combate como
representación de la lucha del púgil contra sí
mismo (o contra su propia sombra) han nutrido
durante décadas algunos de los mejores relatos
de las letras contemporáneas. Con este punto de
partida ha nacido Besos a la luz de la lona, una
antología de historias de boxeo recopilada y editada
por Enrique Turpin para el sello Demipage.
La colección se ha ordenado por combates y
pesos en función de la masa corporal de cada
cuento, desde los pesos pesados Onetti versus
Piglia hasta el peso paja Eduardo Berti versus
Ignacio Aldecoa. Se quedaron fuera de la
velada —según confiesa el propio editor
en la introducción— nada menos que escritores
como Julio Cortázar (que sabía que
en las novelas se gana a los puntos, pero en
los cuentos hay que ganar por KO) o Luis
Sepúlveda. Pero los seleccionados están
sin duda a la altura del reto. Qué decir ya
de autores como el mexicano Juan Villoro,
que hace doblete en el libro, o del argentino Ricardo Piglia. O de una
alineación que hace desfilar por el ring las voces
entrelazadas de Ignacio Aldecoa, Roberto Fontanarrosa,
Ama María Shua, Ray Loriga, Francisco
Ayala o Liliana Heker. Tras los relatos, el
volumen se cierra con un apartado de crónicas,
entre las que sobresalen el texto del incombustible
Manuel Alcántara y una deliciosa pieza de
Joan de Sagarra en la que cuenta cómo se llevó a
cabo la descabellada idea (tan posmoderna ella,
por otra parte) de celebrar el campeonato de
boxeo amateur de Cataluña en una glamurosa
galería de arte de Barcelona.
Y, para redondear estos Besos a la luz de
lona, se ha elegido un relato fuera de programa.
Nada menos que Por un bistec, un texto de Jack
London publicado en 1909. Como apunta certero
Enrique Turpin en su nota a esta edición, Por
un bistec es quizá el mejor relato que se haya
escrito jamás sobre boxeo: «Ahí estaba ya