La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Quienes echamos tanto de menos ir al cine y al teatro como las personas normales hasta echamos de menos, como contó Miguel-Anxo Murado, la forma que teníamos antes de no ir al cine, que consistía en que alguien nos explicase adornándose de qué iba la película en cuestión. Entre los extraños vicios que cultivamos los nostálgicos del cine y el teatro está la manía de leer las reseñas de nuestros críticos de cabecera para vislumbrar qué veríamos si algún día volviésemos al cine o al teatro. Con esa curiosidad patológica leemos a Marcos Ordóñez, un sabio cronista de los escenarios y un escritor al que ya adoramos desde sus libros sobre las agitadas biografías de Perico Vidal o Ava Gardner.
Ahora regresa con Juegos reunidos (Libros del Asteroide), un volumen difícil de encasillar en un solo género, que navega entre la autobiografía y el relato fragmentario. Ordóñez restaura aquí una Barcelona que no es que haya desaparecido, sino que ha sido demolida y que ya no se reconoce en barrios inventados, como Astor, que el autor soñó un día al oír mal una canción del Gato Pérez, o que se llevó por delante los drugstores del paseo de Gracia o el del Liceo, “el más canalla, el que congregaba a todo el nocherío ramblero”. En un cuento que es un tesoro oculto en medio del libro, Nuestra canción, regresamos a las tiendas de discos de la calle Tallers y a las librerías que un día rodearon el antiguo edificio de la universidad en la Gran Vía. En el centro del relato el autor nos deja rastros de otras lecturas y otras vidas, como cuando con una leve frase hace que se aparezca El Gran Gatsby:
—Se cansa uno de lo bueno, creyendo que más allá, donde la luz verde del embarcadero, habrá algo mejor, más nuevo, más brillante.
Juegos reunidos nos habla, entre muchas cosas, de esas minúsculas saudades sobre las que se construye la existencia. Como la mujer de blanco que persigue Richard Dreyfuss en American Graffiti o la joven (también de blanco) con la que sueña toda su vida Everett Sloane en Ciudadano Kane. Por ese luminoso inventario de ausencias y vacíos, tal vez este sea un libro único.