La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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¿Desconectados?

Hay que desconectar, espeta, el veranito es para desconectar. La coña —o la paradoja, que suena más finolis— es que el pijolas que nos insiste mucho en eso de que hay que desconectar es el mismo que para irse a la casita rural con encanto, agazapada junto a una fervenza de postal en medio de la nada más absoluta, se asegura primero de que las pallozas del lugar sean enxebres, sí, pero que tengan wifi a 300 megas y cobertura 4G. Porque, para desconectar, el urbanita aterriza en medio de las leiras con su todoterreno guiado por Google Maps, aunque el paraje caiga a un escupitajo de su dúplex de la periferia, y lo primero que hace, antes incluso de bajar a la suegra para que se airee, es comprobar que furula el iPad, que en las aldeas ya se sabe. Y así, para quedar desconectado del todo, se … Seguir leyendo

Tauromaquia

En Cataluña prohíben el arte de Cúchares, pero no dicen ni mu de otras artes taurinas veraniegas, como el encierro de turistas, a los que se lleva a punta de periódico y vara desde los corrales del autocar climatizado, por las callejuelas del casco histórico, hasta el bareto del primo segundo del guía, siempre al quite, qué industrioso. Recibe a puerta gayola, clavada la rodilla sobre el serrín escupido de la tasca, y pastorea a los viajeros, a los chupitos invita la casa, hasta que ya cabecean, amansados, y, ahí sí, el primo segundo, si la autoridad lo permite, se luce en un toreo de salón al natural. Qué zurda. No hay lance de muerte, claro, porque el turista estoqueado no gasta tarjeta de crédito, pero el cliente cuellicorto pasa por la suerte de banderillas y el castigo de varas hasta que, arrimado a las tablas, el primo culmina … Seguir leyendo

Tufillos

Hay peña de oído finísimo, casi ultrasónico, y peña con pabellón de piedra, que no distingue el Ave María de Schubert del de Bisbal. Con las narices sucede lo mismo. Hay napias obtusas, cegatas, y pituitarias con rayos X, capaces de definir el último matiz de la madera en un copazo de reserva. La nacha sensible, en verano, es una condena, una maldición sin tregua. Porque el narigudo de olfato superheroico entra en un bus urbano, pongamos que al mediodía, y cae en coma irreversible, aniquilado por el retablo de cheirumes macerados por el sol, la falta de ventilación y la orquesta desafinada de las glándulas sudoríparas. El estío, más que la sonata de Valle-Inclán, es una opereta en la que canta el pinrel, sí, pero sobre todo el alerón o axila, que a ciertas horas sube el tono más que una de esas sopranos orondas y de carnes … Seguir leyendo

El pádel

Admitámoslo: todos tenemos un cuñado que juega al pádel y nos amarga la sobremesa del domingo dándonos la barrila con su torneo interprovincial y su raqueta de fibra de carbono diseñada por la NASA. Sí, hombre, el pádel es ese deporte que parece un tenis encogido o un pimpón algo estirado, una cosa a medias, que yo creo que tiene la gracia de que el cuñado que jamás devolvería un revés en el tenis de toda la vida, en el pádel, entre que la cancha está encogida y que la pelota va, viene, vuelve y rebota entre cuatro paredes, pues malo será que el chorbo no acabe pegándole un raquetazo, aunque sea de canto, y ya se queda flipado pensando que es Federer. El pádel, mucho más que otros paraísos artificiales, es la droga del verano. Al pelma de los passing shot, cuando lleva un par de horas … Seguir leyendo

Torturas

Me libré de la mili por inútil, porque me dijeron los del Ejército lo mismo que a Woody Allen en no sé qué peli: que en caso de guerra solo valdría para prisionero. Yo creo que ni eso, porque lo de las torturas lo llevo chungamente. Podría resistir lo típico: las cerillas ardiendo entre las uñas, unas descargas de miles de voltios en los cataplines o incluso que me enterrasen de cabeza en un hormiguero tipo La marabunta. Tal vez. Pero cuando me vendría abajo sin remedio, antes de que los malos tuviesen que recurrir al hierro de marcar, al maletín del dentista o al pozo y el péndulo de Poe, lo que me haría morder la famosa cápsula de cianuro de los espías, sería que los enemigos, siempre despiadados y escuálidos, qué pavos, me obligasen a tumbarme en una toalla a las tres de la tarde en … Seguir leyendo