La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Leer es peligroso. Lo sabe bien quien ha caído en esta poderosa droga, una de las más adictivas y dañinas sintetizadas por el ser humano durante los últimos dos mil y pico años. Y más peligroso todavía es dedicarse a leer libros peligrosos. Esos que fluyen muy lejos de las convenciones, de las reglas establecidas y los prejuicios, para adentrarse en lo extraordinario y encender la mecha del asombro en el cerebro del lector.

A rastrear esa clase de textos se dedica Juan Tallón (Vilardevós, 1975) en Libros peligrosos, una aventura editorial puesta en marcha por Larousse, el sello que todos veneramos por esa enciclopedia que nuestros padres compraron a plazos para ver si nos ilustraban un poco allá en la infancia, y que ahora se reinventa con esta colección a la que sumarán sus canciones favoritas Jaime Urrutia y sus películas de cabecera Javier Tolentino.
El volumen, por supuesto, tampoco es una obra convencional. Tallón arranca matizando que no cree en las listas: «No existen los cien mejores libros» , para zambullirse luego en este espléndido ejercicio de estilo y contarnos la huella que le han dejado estos cien títulos barajados por el tiempo y la centrifugadora de la memoria.

Están aquí todos sus monstruos familiares: Aira, Onetti, Cheever, Fitzgerald o Talese. Y Tallón salta de obra en obra engarzando a estos cien autores con un sutil hilo literario que a veces deja atónito al lector. El tour de force de estos enlaces es el que teje entre Los otros caminos, de Álvaro Cunqueiro, y el Tractatus Logico-Philosiphicus, de Ludwig Wittgenstein, donde tensa al límite los engranajes de su prosa para pasar de los formidables artículos de Cunqueiro a las crudas proposiciones del Tractatus.

En el fondo Libros peligrosos no deja de ser el relato de cómo se puede hacer el amor a la literatura en cien posturas diferentes, con cien autores distintos y a la luz de cien títulos únicos. Es la carta de amor, desesperada y violentamente hermosa, que un yonqui de las letras le envía a su camello para que no deje de suministrarle metáforas, adjetivos, verbos.