La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Monte Alto es nuestro barrio de Gracia, lo que pasa es que no nos enteramos, porque tampoco acabamos de comprender que la calle de la Torre sería el paseo de Gracia que une nuestro Greenwich Village con el resto del mundo. A veces somos un poco acomplejados.
A Monte Alto subimos por la calle de la Torre o por Orillamar, que son cuestas más o menos livianas, pero yo, será una manía, prefiero dejarme llevar a Monte Alto desde Zalaeta y el Campo de Marte, por la implacable pendiente de Curros Enríquez.
Todo coruñés hasta las cachas ha soñado en algún momento con vivir en una casita del Campo de Marte. En Villa Marujita, Villa Amelia o incluso en Villa Clotilde. Debemos de llevarlo escrito en algún rincón de nuestro ADN porque el Campo de Marte tira más que el dorado y opulento Parrote.
En el Campo de Marte los niños gritan dentro y fuera del colegio, en los columpios de la plaza y en el patio del Curros Enríquez, al que le han incrustado la Escuela Municipal de Música y una de esas bibliotecas de barrio que a tanta gente han salvado de la locura.
En el patio del Curros, a la hora del recreo, los niños corren, se persiguen, se esconden, le pegan patadas a un balón y se pelean exactamente igual que hemos hecho todos desde el Big Bang.
Cuando se aburren de tanto correr alrededor de un seto, los chavales se ponen a cazar hormigas para matar el rato hasta que suena el timbre.
Pero, como es nuestro Village, Monte Alto tiene otra gran y luminosa biblioteca municipal, subiendo a mano derecha en la vereda del Polvorín, que es una calle con uno de los nombres más hermosos del callejero mundial. Tiene nombre de avenida de Buenos Aires y si tuviésemos un Cortázar a mano ya habría escrito un cuento solo para ambientarlo en la vereda del Polvorín.
Al ascender hasta lo alto de la vereda nos damos de bruces con Santo Tomás, la gran cuesta del barrio, y con la farmacia de la licenciada Polledo Arias en la esquina con la Marola. Frente a la farmacia está el estanco que llevaba Doroteo Arnaiz, uno de los tipos que más sabe de grabado del planeta y al que, como hacemos por aquí con los sabios, nunca le hemos prestado la atención debida. Yo a veces entraba a buscar tabaco para la santa y Teo Arnaiz me hablaba de París, de Goya o de la Calcografía Nacional.
Monte Alto es la calle Marola. Una calle estrecha, difícil, pero que a poco que te despistes acaba por llevarte al mar, que es la razón de ser de Monte Alto. Uno sube a Monte Alto para dejarse luego caer por la cuesta de la calle Washington y llegar al Atlántico.
Monte Alto es su depósito de agua y la parada del 7 en Santo Tomás, frente al Café Bar Ansu, desayunos y tapas. Monte Alto es la plaza del mercado y esos tipos inquietantes que rondan siempre por allí. Es la calle del Cuento, el pulpo del Fiuza, la tapa de oreja de La Parra, el metrosidero del cuartel de la Policía Local, el Polvorín, el Mardigrás, la fábrica de paraguas Carballo, la Domus, las casas del campo de Artillería, un baño en As Lapas, y el judo club Shiai, gimnasia femenina y masculina.
Y Monte Alto es, claro, el martes de Carnaval, cuando la ciudad se apretuja en la calle de la Torre para escuchar los chascarrillos de Monte Alto a Cien y para ver qué modelo luce este año Álvaro, el último mohicano de los choqueiros.
—Alvarito viene de Pamela Anderson, con su tabla roja de vigilante de la playa y todo.
Y Alvarito, exuberante, pasea sus michelines con mucho salero, subiendo y bajando la calle de la Torre con su bañador ceñido y su melena al viento.
Monte Alto, y eso solo lo sabemos los que hemos vivido allí, es sobre todo el haz de luz de la Torre barriendo de noche los tejados una y otra vez, como una letanía. La Torre es la lamparita que nos dejaron los romanos en la mesilla para iluminar nuestros insomnios.
Ya no están los arcones de Orillamar, pero sí el British Cemetery (en esta ciudad siempre hemos sido muy British) y San Amaro, el cementerio marino que ya le molaría a Paul Valéry. Pero San Amaro y sus muertos ilustres se merecen otro paseo, otra historia, otro Atlantic City.
—La Marina será el centro, pero Monte Alto es el epicentro —apostilla un indígena.
Ahora hay que bajar por la calle de la Torre, de regreso al resto del mundo, e imaginar que todavía se puede parar a tomar algo en Casa Odilo y decirle al jefe que encienda la tele con el bastón, como en los viejos tiempos analógicos.
Monte Alto tiene esa luz de las ciudades sumergidas que fascinaba a Álvaro Cunqueiro durante sus paseos por A Coruña. La luz submarina que pintó otro explorador de los abismos llamado Urbano Lugrís.
Monte Alto tiene esa luz elevada al cubo. Será porque está más cerca del cielo.