La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Un buen día, cuando la burbuja inmobiliaria, unos avispados hosteleros decidieron que la antigua Barra de Riego de Agua esquina a Luchana no era antigua, sino una antigualla. Había que poner en su lugar algo más moderno, más in, como dicen los finolis. Y, como suele suceder cada vez que llega lo in, hubo que sacar algo out para hacer sitio. En este caso se fueron out los vejetes que echaban la partida atornillados a su silla durante timbas que podían durar más que las 24 horas de Le Mans.
Otro buen día, para ceder el paso a la modernidad y el progreso, los camareros de la antigua Barra de Riego de Agua agarraron sus bártulos, sus mesas de mármol, sus barajas, sus percheros de madera barnizada por el humo y el tiempo, su parchís y sus jubilados atornillados a las sillas desvencijadas y se largaron un par de calles más arriba, a los soportales de Juan XXIII, entre el barroco de la iglesia de San Jorge y la parábola de hormigón del mercado de San Agustín.
Allá nos fuimos todos, con nuestro periódico y nuestro café con leche. A mí aquello de la burbuja inmobiliaria me pilló leyendo un libro y casi no me enteré de que durante un cuarto de hora habíamos sido ricos. Se me pasó por completo la fiesta jolgorio.
—¿Qué le debo?
—95.
—¿Céntimos?
—Toma, claro.
—Ah, pensaba.
La Barra es un local low cost (antes llamados baratos, económicos o de precio módico). Es uno de esos lugares donde el político de turno puede acertar de pura chiripa la clásica pregunta de cuánto cuesta un café, porque todavía no llega al euro, que es el precio en el que se quedaron los políticos cuando todavía pisaban más aceras que alfombras.
En La Barra hay que ser de chascarrillo rápido. Es algo que gusta mucho a los clientes respondones y resabiados que ya tienen sobre las vértebras dos guerras mundiales, una civil y tres posguerras.
Los parroquianos más que leer el periódico lo estudian, lo desmenuzan párrafo a párrafo. En La Barra se lee, se escribe y se juega. O juegas al parchís o al tute cabrón o al dominó. Para jugar al dominó hay que exhibir un vocabulario lo más amplio y versátil posible, porque es un juego de mucho juramento y blasfemia. Vuelan unas blasfemias largas y barrocas, de esas blasfemias de fino encaje que solo se estilan en los países católicos hasta las cachas. Las blasfemias de La Barra son como las Variaciones Goldberg de los juramentos.
Cuando no sale la jugada prevista y el compañero de partida arremete contra ti, lo tienes que cortar en seco, de un único sopapo verbal.
—Pero mira que eres parvo, Manolo, ¿pero no veías que tenía el tres doble?
—A tomar por culo.
—Cala, pasmón, que pareces o De Guindos ese.
Para jugar al dominó en La Barra hay que estrellar las fichas contra la mesa como si quisieras dejar la mano incrustada en el mármol. También se exigen dos idiomas, como para trabajar de subsecretario de algo en la Unión Europea, porque hay que saber blasfemar indistintamente en castellano y gallego normativo.
A veces anda por allí, despistado entre las mesas de mármol con su maletín y sus libros, Manuel Rivas, que va anotando muchas cosas en su libreta, como si espiase esa realidad paralela que habita en La Barra.
En este café está institucionalizada la figura del mirón de naipes, que no es un voyeur de lencería fetichista, sino un prejubilado de la banca que pasa el rato observando cómo otros pierden la partida y la paciencia. El mirón de partida está siempre de pie (no gasta silla) y tampoco toma nada (tampoco va a gastar euros). Como mucho, sonríe aviesamente mientras los jugadores zarandean el camposanto y el santoral.
La Barra, por supuesto, tiene su barra, donde se acoda la clientela vip, formada por las aguerridas pescantinas de San Agustín y los funcionarios municipales, que hojean con mucho salero la prensa local, rebuscando las chapuzas de sus jefes entre los breves.
Hay siempre una gabardina colgada del perchero que nadie sabe de quién es. Se sospecha que perteneció a un cliente que se quedó por el camino, traspapelado durante la mudanza de Riego de Agua a Juan XXIII.
—Pero mira que xogades. Isto parece Las Vegas.
—Será Eurovegas.
—Mellor Atlantic City, que é máis coruñés.