La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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El narrador Evelio Rosero (Bogotá, 1958) logró con su novela Los ejércitos (2007) algo ya ciertamente inusual: que un título actual se convierta en uno de esos raros ejemplares que, como en los tiempos de la clandestinidad, circula de mano en mano entre sus cada vez más numerosos devotos. Su prosa barroca, sensual y, al mismo tiempo, precisa y de vehemente belleza, regresa ahora redoblando su apuesta narrativa e intelectual con La carroza de Bolívar. Tiene agallas Rosero. Se sacude sin complejos el legado del gran pope de las letras colombianas, el Nobel García Márquez, de quien se confiesa admirado lector, y arremete sin tapujos contra el gran icono de la historia de su país y de Latinoamérica: Simón Bolívar. Exactamente la maniobra contraria a la que practicó Gabo en el sentido homenaje El general en su laberinto. No pasará mucho tiempo antes de que las huestes de Hugo Chávez, que se declara heredero político del llamado Libertador, lancen el contraataque y sepulten al novelista bajo un aguacero de demagogia y discursos patrioteros. Lo único que podría salvar a Rosero de la fatwa del chavismo será que, para los ojos poco avezados, su minuciosa deconstrucción de Bolívar se presenta bajo un formato de novela teóricamente menos agresivo que el convencional ensayo histórico, como los irreverentes (para la teoría oficial) Estudios sobre la vida de Bolívar, de José Rafael Sañudo, en los que se apoya buena parte de este formidable relato.

Como en todas las grandes novelas, Rosero esculpe párrafo a párrafo un entrañable personaje de carne y hueso, el doctor Justo Pastor Proceso, que sueña con construir una carroza para el desfile de Reyes de Pasto en la que, con la ayuda de historiadores y artesanos locales, quiere retratar la cobardía (lo llegaron a apodar el «Napoleón de las retiradas»), la traición (recordemos la entrega al Ejército español de su correligionario Miranda), el autobombo plasmado en sus proclamas sobre las que alzó Bolívar su leyenda de libertador de América y, particularmente, la crueldad sin límites con la que se empleó en episodios bien documentados como la toma de la localidad colombiana de Pasto en la Navidad de 1822.

La carroza de Bolívar es un ejercicio de estilo sin sombras que demuestra cómo la novela todavía hoy sirve para revelar, de forma quizás más aguda y directa que los concienzudos estudios académicos, las entrañas de la historia. Aunque sea de la amarga y despiadada historia del liberticida Bolívar.