Justo ahora, cuando se detecta la mayor concentración de la historia de idiotas por metro cuadrado de moqueta oficial y privada, precisamente cuando más necesitábamos su mala baba y su lengua afilada, House cuelga el estetoscopio. Adiós a sus réplicas demoledoras, a su piano de dandy pendenciero y a su refinada afición por el whisky, las pastillas y las patologías raras. El revoltoso Sherlock Holmes del Plainsboro Princeton Hospital echa el cierre a su consulta y nos deja en bolas, tumbados en la camilla, y a solas con nuestro lupus, nuestra sarcoidosis y nuestro Kawasaki. Porque esto del mundo, querido Gregory, al final va a ser algo autoinmune.