La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Cuenta la leyenda que la frase la acuñó un agudo periodista argentino para titular en 1986 la muerte del inmortal Jorge Luis Borges: «Y el Nobel se quedó sin Borges». La sentencia (apócrifa o no, qué importa a estas alturas) resucita un cuarto de siglo después para saldar las cuentas pendientes entre las letras españolas y la Fundación Nobel, que desde 1974 prohíbe en sus estatutos los reconocimientos póstumos. Así, el cicatero Estocolmo pierde sin remedio a Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010), nombre que ya no podrá sumar a los 106 escritores galardonados desde que Sully Prudhome abrió la veda en 1901. Solo cinco españoles figuran en la exclusiva relación del inventor de la dinamita: José Echegaray, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre y Camilo José Cela, de los cuales solo dos (Juan Ramón y Cela) resisten un pulso literario con el gran cronista de Castilla.

Ramón García Domínguez, periodista y biógrafo de Miguel Delibes, recuerda que hace solo dos años la propia Academia sueca «tomó la iniciativa y envió una carta a la RAE preguntando si apoyaba la candidatura de Delibes al Nobel, a lo que la Academia Española se sumó rápidamente, por supuesto, pero luego los suecos se hicieron los ídem y la cosa no cuajó». En el 2001, un «plebiscito mundial», como lo define García Domínguez también promovió, sin éxito, su nominación. Lo cierto es que a Delibes, un tipo insobornable que escribió el guión de su vida sobre los renglones de la honestidad y la sencillez, probablemente no le importó demasiado, porque prefería huir de las alfombras y echarse la escopeta al hombro para salir al monte en busca de perdices rojas. Baste recordar que como periodista y escritor ya demostró que tenía en el cráneo inquietudes más sólidas que el desmedido afán de oropeles que hoy gobierna todo: rechazó presentarse a un Premio Planeta demasiado digital para su gusto y tampoco aceptó la oferta de Ortega Spottorno para dirigir El País, porque no quería cambiar Valladolid por el convulso Madrid de la transición.

En el periodismo cumplió ese vieja máxima, hoy también trasnochada, de avanzar peldaño a peldaño hasta la cima, acumulando experiencias y sabidurías que solo se catan al pie de las rotativas. Debutó en El Norte de Castilla trazando dibujos, que firmaba como MAX , y llegó a dirigir la histórica cabecera entre 1958 y 1963, cuando un ministro llamado Manuel Fraga Iribarne se cruzó en su camino. Creó escuela en El Norte y, de su cantera, que cultivaba con mimo, salieron Manuel Leguineche, José Jiménez Lozano o Francisco Umbral.

 Destino, su editorial de siempre, culminará precisamente la edición de los siete volúmenes de sus Obras Completas, que publica en colaboración con Círculo de Lectores- GalaxiaGutenberg, con El periodista, volumen que prologa y coordina José Francisco Sánchez, director de la Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre y especialista en Delibes. El volumen aparecerá en otoño (se iba a publicar coincidiendo con el 90.º cumpleaños del autor, el 17 de octubre) y, como detalla Sánchez, recoge desde sus «predelibesianas» primeras tentativas periodísticas, algunas de las cuales nunca se habían vuelto a publicar, hasta los reportajes de Castilla habla, las críticas de cine y los artículos sobre fútbol.

El Delibes novelista, con una veintena de títulos publicados entre 1948 y 1998, supera sin rodeos la prueba del nueve del narrador: ¿cuántos personajes suyos han perdurado? A bote pronto, y sin echar mano de las estanterías, un lector medio apunta sin titubear un puñado largo de tipos humanos inolvidables: Daniel el Mochuelo (El camino), el Nini (Las ratas), Quico (El príncipe destronado), Carmen (Cinco horas con Mario), Pedro (La sombra del ciprés es alargada), Eloy (La hoja roja), Lorenzo (de sus tres Diarios), Azarías (Los santos inocentes) o Cipriano (El hereje). 

En su biografía y su literatura, tan apegadas a Castilla, hallamos un tenue vínculo con Galicia. Son treinta páginas de la novela Madera de héroe (1987) donde retrata, con una distancia de medio siglo, su participación en la Guerra Civil. Según García Domínguez, la obra, una de las más extensas de su narrativa, «es probablemente su novela más autobiográfica», ya que refleja con terrible fidelidad su experiencia personal en la contienda cuando a principios de 1938, en compañía de un grupo de amigos, decide alistarse en la Marina para combatir en las filas franquistas.

«Incluso en su primera edición el título era 377A, Madera de héroe, con el número y la letra que identificaban al marinero Delibes y que es el mismo que tiene el protagonista de la obra», apostilla García Domínguez. A Delibes lo destinan a Ferrol, al buque-escuela Galatea. Tras unas semanas de instrucción, embarca en el crucero Canarias, en el que pasará el año que todavía durará la guerra.

Delibes sufrió dos muertes en vida: la pérdida de su esposa en 1974 y una operación contra el cáncer en 1998. De la primera muerte, apunta su hijo Germán en un estremecedor texto, lo salvó la caza. Porque desde 1974 hasta que en 1978 publica El disputado voto… solo escribe su discurso de ingreso en la RAE (1975) y el diario de caza Las perdices del domingo. La segunda muerte nos arrebató al literato, que desde 1998 ya no escribió ni una sola línea. Y la tercera y definitiva muerte de Delibes nos ha dejado a solas con su prosa, ya rematada. A solas con el Nini, el Mochuelo y los campos infinitos de Castilla.

*Publicado hoy en el suplemento Culturas de La Voz de Galicia.