La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Hace ya un tiempo culebreó por aquí un caballo llamado Devon Loch. La hermosa historia de aquel animal y una fatídica sombra, que descubrió el amigo Jordi en su Paraguas en llamas, vuelve por la espiral de la vida hasta caer a nuestros pies. Como recuerda ahora Jordi, el jinete de Devon Loch en aquella carrera era Dick Francis. Francis, que falleció el 14 de febrero, era un consumado maestro de la literatura de suspense, según repiten sus obituarios. Pero llegó a la literatura sólo después de perder aquella edición de 1956 del Grand National, cuando se dirigía en solitario a la meta a lomos de Devon Loch (propiedad, por cierto, de la Reina Madre). El caballo, al parecer desorientado por una extraña sombra que se cruzó en su camino, se vino abajo de forma inesperada después de superar todos los obstáculos y de haber dejado atrás a todos sus rivales. Tal vez pensó que ya lo había hecho todo y que lo que restaba era demasiado fácil. Demasiado obvio. Sólo había que rematar la faena. ¿Para qué molestarse? Lo evidente no tiene mérito. Ni gracia. Ni riesgo. Lo evidente es para los flojos. Como diría Cortázar, para los que aprietan el tubo de la pasta de dientes desde abajo.

Francis, después de ser el mejor jockey de su tiempo, se encaramó a la grupa de la literatura y el periodismo. Y no le fue nada mal. Fue cronista de hipódromo, una especialización envidiable, diría yo. Una de esas tareas que nunca se enseñan en las facultades de Comunicación, y de la que ya hablaba Umbral en su Trilogía de Madrid, cuando estaba forjándose un nombre en la tribuna de la Zarzuela, fogueándose junto a Basabe, un veterano del oficio que pasaba de ver las carreras y estaba todo el día acodado en la barra del bar, trasegando Gordons. Basabe le repetía muy serio al joven Umbral: «Vamos a tomarnos una ginebrita Gordons, hasta el bar, que si no esto se hace muy largo». El imberbe Paco, que no quería ir más allá del primer copazo, se resistía, a lo que su tutor replicaba: «¿Tú es que eres hombre de una sola ginebra? Pues vaya una mierda de periodista». Bueno, o algo así, que estoy citando de memoria, como el maestro.

Pero volvamos con Dick. Francis, para más señas. El tipo publicó más de cuarenta novelas de suspense y se largó a las islas Caimán, con los millonetis de medio mundo, a contar sus esterlinas. Yo creo que Dick Francis aprendió la partitura exacta del trhiller en aquel tramo final del Grand National, en aquellos metros decisivos. Descubrió en sus propias carnes que un solo segundo puede cambiar toda una vida. O el mundo. Ese es el auténtico escalofrío del suspense. Lo saben bien maestros como Hitchcock, que siempre nos hace bailar en la cuerda floja de la incertidumbre. En la caída de Devon Loch, Dick Francis lo aprendió todo. Evidentemente, no lo sé, pero eso creo. Sí, a veces me creo algunas cosas sólo porque me gustaría pensar que son ciertas.