La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Su vida fue una escapada perpetua: de la prensa, de los escritores, de los vecinos, de la familia. En suma: del infierno de los otros. Aunque sospechamos que en realidad, como su admirable Holden Caulfield, huía de sí mismo. El 27 de enero Jerome David Salinger (Nueva York, 1919-Cornish, New Hampshire, 2010) llegó al final de la escapada. La leyenda, agigantada por casi medio siglo de silencio literario y mediático, creció sobre cuatro libros, aunque le bastó uno solo, El guardián entre el centeno, para trepar a la cima. La novela suma, solo en Estados Unidos, más de 60 millones de copias facturadas desde 1951.

Antes de clavar sobre el papel la voz del imperecedero Holden Caulfield, el atormentado adolescente que protagoniza El guardián entre el centeno, Salinger se da un paseo por el reverso de sus sueños. Hijo de un acomodado matrimonio mixto judeocristiano (como los Glass de su narrativa breve), esboza sus primeras tentativas literarias mientras remolonea por varias universidades, donde anuncia a sus colegas de campus que va a escribir «la gran novela americana», la quimera de toda su generación. Pero su mirada y su escritura se nublan con el dolor infinito que alumbra la Segunda Guerra Mundial. Destinado al servicio de contrainteligencia en Inglaterra, en junio de 1944 participa en el desembarco de Normandía. En la playa Utah asiste en primera línea de combate a uno de los mayores baños de sangre de la historia. Ya nunca será el mismo. Abrumado por el horror, sufre un colapso mental y es ingresado en un hospital de campaña.

 CON LA MÁQUINA A CUESTAS

Después de un fugaz matrimonio con una doctora alemana llamada Sylvia, regresa a Nueva York y retoma su carrera, que en realidad nunca había abandonado, porque sobrevivió a las batallas con su máquina de escribir a cuestas. En 1946 publica en The New Yorker un relato que aguardaba desde 1941 en un cajón de la exquisita revista. Salinger ya no suelta su presa. En 1948 publica su cuento más célebre: Un día perfecto para el pez plátano. Y, a pesar de que The New Yorker comete uno de los grandes errores de su historia al rechazar El guardián entre el centeno, finalmente Salinger coloca la novela en otro sello y cruza la línea sin retorno de la fama.

Antes de sepultarse bajo el silencio que selló definitivamente con la publicación en 1965 del relato Hapworth 16, 1924 (de nuevo en The New Yorker), J.D. dio a luz otros tres libros: la colección de narrativa breve Nueve cuentos (1953) y dos volúmenes con un par de relatos: Franny y Zooey (1961) y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción (1963).

Los insaciables mass media fueron sus demonios de cabecera. Por eso solo concedió tres entrevistas en su vida. La primera, en 1953, a una reportera de 16 años que colaboraba en la página escolar del diario local The Claremont Daily Eagle. La segunda se publicó en The New York Times en noviembre de 1974. Salinger aceptó hablar por teléfono con Lacey Fosburgh durante media hora para denunciar la publicación de una edición pirata de su obra. La tercera y última concesión a la prensa fue la conversación con Betty Eppes, escultural cronista de The Batton Rouge Advocate, que en el verano de 1980 arrancó a Salinger unas escuetas respuestas e incluso logró que este se dejase robar un par de fotos. Y es que la devoción por las mujeres fue una de las escasas debilidades que se permitió el huraño Salinger. No cuajó su amor con Oona, la hija del dramaturgo Eugene O’Neill, que finalmente se casó con Charles Chaplin. Su primer matrimonio fue prácticamente un espejismo y el segundo, con Claire Douglas, tampoco fue un cuento de hadas. Doce años y dos hijos más tarde, llegaron el divorcio y las aventuras con Elaine Joyce y Joyce Maynard, autora de un demoledor texto sobre el escritor. A finales de los ochenta la joven enfermera Colleen O’Neill se convierte en su tercera y definitiva esposa.

Salinger persiguió con saña a sus biógrafos, como al británico Ian Hamilton, al que llevó hasta el Tribunal Supremo. Pero no logró evitar que tanto su hija Margaret como Joyce Maynard publicasen detalles de su vida íntima, como su egocentrismo crónico, la afición a beber su propia orina o sus devaneos con el hinduismo, la homeopatía y la cienciología.

Ciertos críticos lo acusan de «amar demasiado» a sus personajes. Tal vez depositó en Caulfield y los Glass el amor que fue incapaz de sentir (o al menos de mostrar) por los seres de carne y hueso.

UNA LEYENDA ALZADA SOBRE SÓLO CUATRO LIBROS

Cuando otros autores tratan en vano de cimentar su carrera con una sobredosis de prosa y de papel, J.D. Salinger tan solo necesitó cuatro libros para convertirse en leyenda. En su única novela, El guardián en el centeno, logró captar como nunca el lenguaje directo y crudo de un adolescente, Holden Caulfield, enfrentado al mundo tras sumergirse en el dolor irreparable de la muerte de su hermano pequeño. El oído de Salinger es prodigioso y desde la primera línea cautiva al lector con un discurso que lo noquea sin piedad.

En Nueve cuentos se esconde otra obra maestra de escritor escondido. Se titula Un día perfecto para el pez plátano. Aquí presenta a Seymour, el mayor de los superdotados hermanos Glass, la familia que protagoniza las otras referencias de su literatura: Franny y Zooey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción. Incluso su última obra, el relato Hapworth 16, 1924, que no aparece recogido en ningún libro, es una carta del pequeño Seymour escrita cuando contaba solo siete años.

A la bibliografía oficial hay que añadir una edición pirata: The Complete Uncollected Short Stories of J. D. Salinger, dos tomos en los que se recopilan 22 cuentos publicados entre 1940 y 1948 en revistas como The Saturday Evening Post, Colliers y Esquire. Esta edición fantasma, de la que se llegaron a vender 25.000 ejemplares en un par de meses, fue retirada de las librerías tras la denuncia del autor y hoy es un objeto de culto.

*Texto publicado hoy en el suplemento Culturas de La Voz de Galicia