La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Durante las Navidades de 1992/1993 me fui de viaje a Estados Unidos, para visitar a una novia americana que tenía entonces y que se llamaba (bueno, y se sigue llamando) Clare. Llegué un atardecer nevado de diciembre al aeropuerto JFK, en el neoyorquino barrio de Queens. Al bajar con mi mochila y Clare al bus lo primero que escuché fue a un pavo que me soltó, en español, que el billete valía un dólar o cinco dólares, no recuerdo. Luego, en el bus que iba a la legendaria Penn Station, fui alucinando al ver las luminarias del Empire State, el edificio Chrysler y las Torres Gemelas, que pude visitar un par de días después. De NYC nos piramos a Newark (New Jersey), al campus de la Rutgers University, una de las grandes universidades de Estados Unidos, donde estudiaba mi santa de entonces. Y, ya digo, después de deambular durante un par de días por Nueva York, cruzamos el continente hasta Bozeman (Montana), un auténtico rincón del Oeste americano incrustado en un paisaje de abrumadora belleza. Pues bien, en aquella ciudad universitaria, de unos 50.000 habitantes, me encontré con una de las librerías más hermosas que he pisado. Con esa amabilidad algo ingenua que se gastan los americanos enrollados, me despacharon tres de los libros que guardo con más cariño en mis destartaladas estanterías: Dublineses, Retrato del artista adolescente y Finnegans Wake. El Ulises ya no me lo compré, porque me había hecho con la pieza un año antes en otro escarceo por Sevilla city. La fiebre joyceana me apretaba las meninges porque el siguiente otoño me iba a ir a estudiar a la University College Dublin, la universidad en la que se había licenciado, hacía ya muchos lustros, el gran James. Recuerdo que el padre de Clare, Mike, que era catedrático de Literatura inglesa en el campus de Bozeman, me dijo muy serio que el Finnegans Wake era un libro ilegible, y más todavía si el inglés no era mi lengua materna. Yo, que entonces era un niñato, no le hice mucho caso, total sólo era un catedrático de Literatura inglesa y tenía publicados un par de libros sobre la poesía de Keats. Así que acabé en Dublín, un año después, tratando de descifrar aquellos párrafos en una cafetería con vistas al río Liffey (Winding Stair Cafe, creo que se llamaba el garito, una de esas librería-café que tanto gustan a los anglosajones). No avancé mucho, claro, porque el libro de marras es probablemente el hueso más duro de roer que se haya parido.

Pasó el tiempo, volví a España con mis libracos y alguna que otra experiencia en la maleta. Deambulé un par de años por Barcelona y acabé, no se sabe muy bien por qué, trabajando de periodista en mi ciudad de origen, A Coruña. Uno de esos días de curro frenético en el periódico, entre rueda de prensa y rueda de prensa, me tocó entrevistar a Domingo García-Sabell, que acababa de dejar la presidencia de la Real Academia Galega. Este sabio vivía en una casa frente al mar en la que atesoraba unos 25.000 libros. Entre otras gemas guardaba, cómo no, un ejemplar del Finnegans Wake. Como Mike Becker en el año 93, García-Sabell, que hablaba cuatro o cinco idiomas, me confesó que aquella obra de Joyce era, sencillamente, ilegible. Entonces, con algunos palos más en los lomos y algo de experiencia acumulada, me tomé más en serio el consejo y empecé a comprender que la novela tal vez no tuviera arista alguna por la que meterle el diente.

Han vuelto a pasar un puñado de años y, deambulando por la Red, me he tropezado ahora con una web en la que se puede leer el Finnegans Wake paso a paso y con generosas anotaciones que aclaran cada párrafo, cada línea, casi cada palabra. A lo mejor ahora podré descifrar este monumento literario de cuyo riesgo ya me avisó alguna gente sabia (mucho más sabia de lo que yo nunca llegaré a ser). Tal vez Internet obre el milagro.

Y, para añadir otra muesca en las cachas de mi navaja de los inicios de novela, adhiero aquí una versión, de cosecha propia, de las primeras tres líneas del Finnegans Wake (no me atrevo a ir más allá). El río es el Liffey, que atraviesa Dublín, Eve and Adam’s es el nombre con el que es conocida popularmente la iglesia de San Francisco de Asís, situada en la orilla del Liffey, y Howth es la península que se adentra en el mar al norte de la bahía de Dublín.

«corre el río, pasada Eve and Adam’s, desde la curva de la orilla hasta el recodo de la bahía, nos trae por un cómodo vicio de recirculación de regreso al castillo de Howth y alrededores».

Es conocido que, salvo la traducción de Julián Ríos del capítulo de Anna Livia Plurabelle, y las versiones de otros fragmentos que circulan por la Red (por ejemplo, la del mexicano J. D. victoria en http://www.eloceanodelcaos.com/), el libro no se ha editado en español, entre otras razones porque el texto original es una peculiar amalgama de diferentes idiomas. El vídeo con el que me he tropezado en YouTube, y de cuya autenticidad no respondo, corresponde a la lectura de las páginas 213-216 de la novela (final del famoso capítulo 8, el de Anna Livia) y que enlazo por si alguien quiere seguir el texto acompañado por la (presunta) voz del gran James Joyce.