La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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«Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre. Como en tantas mañanas de mi vida, me encuentro en casa escribiendo. Suena, contundente, la música de Be My Baby, cantada por The Ronettes. Cuando tenía diecisiete años era mi canción favorita» (Dietario voluble, Enrique Vila-Matas, Anagrama, 2008).

También estoy escribiendo en mi casa, como tantas otras veces. Y, como en el arranque de este libro fabuloso, suena el Be My Baby. Un libro que, en efecto, no es una novela, tal vez ni siquiera un libro. A lo mejor es únicamente (únicamente, qué palabra tan paradójica) un cuaderno personal. Un volumen donde su autor va anotando sus cosas, sus lecturas, sus pensamientos, sus visiones, sus paseos por una Barcelona convertida en parque temático, sus viajes por una literatura convertida, también, en parque temático (o jurásico) de unos cuantos mercaderes que la llenan de turistas de las palabras, que también van con calzones cortos en busca de un souvenir, de una foto, de un autógrafo, del equivalente literario a esos cafés solubles o instantáneos que anuncian por la tele.

Así va sumando Vila-Matas los días de este maravilloso Dietario voluble, que era el destino lógico de toda su prosa, que desde hace tiempo ya tendía al dietario, igual que esas sucesiones matemáticas tienden al infinito. La obra de Enrique tiende al diario, al cuaderno de bitácora, porque en ella se van destilando las ficciones, el ensayo y la autobiografía para componer un género nuevo que lo convierte en un pionero de estas letras españolas nuestras tan trasnochadas. Vila-Matas, Roberto Bolaño y algunos otros han abierto puertas por las que ha entrado un vendaval de escritura libertaria que algunos no entienden, vale, pero que otros, sencillamente, se niegan a entender, porque estropea el negocio de esas mafias editoriales y periodísticas que se reparten publicaciones, premios y prebendas como Al Capone repartía balazos, ruletas y whisky por las timbas de Chicago.

Vila-Matas está en la vanguardia con sus dietarios, sus novelas, sus relatos, sus columnas y sus ensayos; y otros, mientras, se dedican a sacar del desván de la abuelita las técnicas narrativas del siglo XIX, que sin duda fue un siglo muy bonito, claro, pero que, como su propio nombre indica, se quedó allá, en el XIX, a dos siglos ya de distancia. Hay tipos que escriben como si aquí no hubiera pasado nada desde Waterloo y Trafalgar. Me recuerdan un poco, en su obstinación, a esos pasajeros del Titanic que, ofendidos por la consumación del naufragio, se negaron a admitirlo, y se quedaron en cubierta fumándose un puro, con el frac bien planchado y escuchando los últimos compases de la orquesta del paquebote. Quiero decir que ese anacronismo literario no es más que una pose, una estéril aunque atlética postura, que da para lo que da: para ganar pasta, para vender novelas en los aeropuertos y a lo mejor para que te nombren académico. Pero nada más. Transcurridos 50 años, esa obra queda reducida a la nada. Porque lo fértil siempre es abrir nuevos itinerarios, inventarse algo: una prosa, un género, un canon y echarse al agua, a ver qué pasa. Lo que pasa, como en el caso de este texto mestizo y profundamente hermoso, es que surge el hallazgo, lo único. Ese engranaje que hace que todavía, a estas alturas de la película, la literatura sea una de las pocas cosas que nos conmueven. Una de las pocas cosas capaces de tirarnos a la lona, como un buen directo a la mandíbula. Como este enorme Dietario voluble.