La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Recordábamos el otro día aquí que lo que no quería bajo ningún concepto la deslumbrante Kikí de Montparnasse era volver a comer garbanzos, menú que representaba para la musa algo así como la antítesis del champán, del caviar, en fin, del glamour o como se deletree ahora la palabreja esa que tanto marean los pijos.

Un garbanzo es el caviar de los pobres, aunque se disfrace de humus, ese plato que cuando se pide uno siempre se teme que el cocinero, perdón, el restaurador, va a sacar una palada de tierra del jardín y soltarla en el plato sin más historias. Kikí, aferrada a su fabuloso París, no quería volver al pueblo, ni a comer garbanzos. No quería dejar aquel circo surrealista en el que se había convertido su vida de modelo, amante y confesora de los grandes creadores del París de entreguerras. Nada de garbanzos, vaya.

Y es que los garbanzos, ya lo advertía Valle-Inclán al mofarse de Galdós y su manía de colocar un plato de legumbres en todas sus narraciones, son un coñazo. Mucho mejor, amiga Kikí, los pecadillos de Montparnasse. Y lo siento por los fans e imitadores de Galdós (hay uno por ahí que hasta se ha atrevido a reescribir, sin muchos rodeos, el episodio nacional de Trafalgar), pero en esta vida hay que elegir. Uno o está con Valle o con don Benito el Garbancero (así lo bautizó el maestro en Luces de bohemia). No se puede estar a todo. Hay que mojarse. O de Valle o de Galdós. Del Barça o del Madrid. Del Dépor o del Celta. De mamá o de papá. De los Beatles o de los Stones. De Mac o de PC. De Ruiz Zafón o de Vila-Matas. Aquí no hay medias tintas que valgan y, ya lo dijo Kikí, uno o está con el champán o con el plato de garbanzos.