La Voz de Galicia
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Una de las características de los políticos españoles, al menos de los que soportan graves responsabilidades de gobierno, es la perserverancia en el error. Lo que puede ser virtud en otras circunstancias deviene a veces en una terquedad cuyo único motivo es evitar dar la razón al adversario.
Han heredado uno de los rasgos de los viejos caballeros castellanos, que tantos disgustos les ha costado —y nos ha costado—, reflejado estupendamente en este parlamento del conde Lozano en Las mocedades del Cid: «Esta opinión es honrada. / Procure siempre acertalla / el honrado y principal; / pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla». La metedura de pata del conde, padre de doña Jimena, había sido grande («Confieso que fue locura, / mas no la quiero enmendar»). Había abofeteado a don Diego Laínez de Vivar, quien pidió a su hijo Rodrigo que limpiase la afrenta.
El joven caballero, que acabaría convirtiéndose en el Cid y a quien miraban con interés la infanta doña Urraca y doña Jimena, actuó según los cánones morales del siglo XI y dio muerte al ensoberbecido noble aun sabiendo que arruinaba su futuro con la que nueve siglos después fue encarnada en el cine por una Sophia Loren de escote pletórico. El episodio lo cuenta Guillén de Castro en la obra citada, escrita a principios del siglo XVII, donde viene el defendella y no enmendalla, muchas veces convertido en sostenella y no enmendalla o mantenella y no enmendalla.
Hoy se suele hacer referencia a la porfía con que algunas personas perseveran en actitudes y opiniones erróneas con el sostenella y no enmendalla. Esas viejas formas enclíticas gozan de gran favor, pues ambientan en pleno Medievo castellano cualquier escena. Con esa intención se remedan en este diálogo de origen popular:
—¿A do vais, noble caballero, con tan bella dama?
—A godella.
—¿A Godella de los Infantes?
—No, a godella de fornicalla.
Quizá en un intento de darle verosimilitud, hay quien pretende identificar al noble caballero con un personaje histórico, pero esa ya no cuela.