La Voz de Galicia
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Las noticias sobre la madre del joven que asesinó a veinte niños y a varios adultos en Newtown han descubierto a muchos españoles la existencia de un insólito fenómeno social en Estados Unidos. Se trata de quienes se preparan para el fin del mundo o para una gran catástrofe, que puede ir desde un colapso económico hasta un desastre natural, como un huracán, pasando por una guerra nuclear, una pandemia, etcétera.
Ante el negro futuro que ven, construyen búnkeres y acumulan alimentos, medicinas, agua, armas… Las armas aparecen casi siempre, quizá por la visión simplista de un mundo en el que el bien (nosotros) está amenazado por el mal (ellos). Lo que no se sabe es de qué les servirán las armas si se termina el mundo, una epidemia diezma el país o lo arrasa una tempestad.
En inglés, este exótico movimiento se llama survivalism. Sus integrantes son los survivalists o preppers. El primer sustantivo hace referencia a la supervivencia, y el segundo, que es el que se está imponiendo en el uso, a la preparación. El problema reside en su adaptación al español. De entrada es rechazable survivalista, calcado mocosuena del inglés survivalist. No despierta el menor entusiasmo su adaptación como sobrevivencialista y supervivencialista, sobre todo por la dificultad para su articulación espontánea. Además, ¿quién no es partidario o no desea la supervivencia?
Los primeros traductores, prudentes, emplearon en español fórmulas como «los que se preparan», «los preparados» (aunque los hay que se disponen a ello pero aún no lo están) y, más raramente, «los preparantes». Finalmente, los usuarios han buscado un sustantivo nuevo que expresase además la pertenencia de esa gente a un movimiento o una subcultura. Y ahí surgieron preparacionismo y preparacionista, las formas que más se están empleando, contruidas con preparación y los sufijos -ismo, que significa ‘escuela, doctrina, movimiento’, e -ista, ‘partidario de’.
¿Y los preparacionistas españoles? Pues, más sensatos, el mes que pueden ahorran un par de euros por si la crisis, nuestro apocalipsis particular, va todavía a peor.