La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Ayer, 22 de marzo, celebramos (desde la Cumbre de Río de Janeiro de 1992) el Día Mundial del Agua que ofrece como tema de reflexión el binomio “agua y energía”. Se trata de dos recursos esenciales e indispensables para el desarrollo humano y sobre los que el paradigma de la sostenibilidad ambiental tiene abiertos muy ambiciosos retos. Recordemos además que esta celebración se encuadra dentro del “Decenio Internacional para la Acción ‘El agua fuente de vida’ 2005-2015

En esta ocasión, se quiere profundizar sobre su mutua interdependencia: “el agua requiere energía y la energía requiere agua”, reza una de las claves de esta campaña. En efecto, la energía es fundamental en todo el ciclo hidrológico: desde la extracción de los recursos hidrológicos hasta su depuración, pasando por muchas otras actividades como la desalación de las aguas salobre y marinas; de hecho los estudios nos muestran que entre un 10% y un 20% del consumo de electricidad está asociado al ciclo del agua: captación, transporte, distribución, tratamiento y, sobre todo, uso final del agua. De otra parte, para la producción de energía es imprescidible el agua: para refrigeración de las centrales nucleares y de las centrales térmicas, singularmente de las de ciclo combinado, pero también de la energía termosolar; y lo mismo hay que afirmar para los emergentes biocombustibles.

Para gestionar adecuadamente ambos consumos (el energético en el sector del agua y el agua en el sector de la energía), para aplicar medidas de reducción y eficiencia, es posible la cuantificación de los mismos mediante el indicador de la “huella de carbono” en el ciclo integral del agua y el de la “huella hídrica” en la producción energética.

 “Water and energy” es título de un extenso informe –en dos volúmenes-  elaborado por UN-Water, la entidad promovida por Naciones Unidas en 2003 para trabajar en el desarrollo de los objetivos fijados por la Cumbre de Johannesburgo de 2002 en relación con el agua y el saneamiento; y, a su vez, hacer posible el cumplimiento para 2015 una de las metas del Objetivo 7º de Desarrollo del Milenio –de “garantizar la sostenibilidad del medio ambiente”- de reducir a la mitad la proporción de las personas sin acceso al agua potable y a los servicios básicos de saneamiento.

Desde un punto de vista humano es bastante triste saber que, en la actualidad, hay en el Planeta casi 800 millones de seres humanos que no tienen acceso al agua potable y otros 2.500 millones que no disponen de servicios de saneamiento de las aguas residuales. Y, por otro lado, más de 1.300 millones de personas carecen  todavía de acceso a la electricidad y, aproximadamente, 2.600 millones usan combustibles sólidos (principalmente biomasa) para cocinar. Por este motivo es lógico que la Comunidad Internacional plantee desde hace tiempo la necesidad de reconocer unos verdaderos derechos fundamentales de acceso al agua y al suministro eléctrico. Además de cara al futuro, se calcula que para el 2035 la población mundial necesitará un 35% más de alimento, un 40% más de agua y un 50% más de energía.

El citado Informe de Naciones Unidas sobre el desarrollo de los recursos hídricos en el mundo destaca la necesidad de promover políticas y marcos regulatorios conjuntos e integrados sobre el agua y la energía, realidades que, hasta el momento han sido gestionadas de forma separada y desagregada.

Por lo que se refiere a España el libro colectivo dirigido por el Profesor EMBID IRUJO, titulado justamente, “agua y energía” ponía de manifiesto, hace pocos años, la necesidad de aplicar una política integrada de ambos tipos de recursos, señalando además sus conexiones jurídicas y sus implicaciones con la protección ambiental y la lucha contra el cambio climático.

Más concretamente, tal como se recoge en el Libro de la Energía en España, 2011, en relación con la energía hidroeléctrica –que a escala mundial se acerca al 15% de la generación de electricidad- en España llegó al 13,1% del consumo de energía primaria (frente al 31,4% de la biomasa y 14,6% de la eólica), es decir, un total de 18.540 MW de potencia, lo cual supuso el 35% del total de las energías renovables en la producción de la energía eléctrica.

No cabe duda de que las energías renovables constituyen una de las principales soluciones para la sostenibilidad de la relación agua y energía. No obstante, debe de mejorarse la eficiencia y el ahorro energético, así como en el diseño y desarrollo de las redes inteligentes. Y, para ello, son necesarias las políticas de I+D+i

Pero sin desconocer las grandes ventajas de la energía hidráulica o hidroeléctrica –por su alto rendimiento energético, por su no producción de emisiones, etc.- la construcción de los embalses constituye un excesivo -y muchas veces inasumible- impacto ambiental (véase el caso superlativo de la “presa de las Tres Gargantas” en el curso de río Yangtsé, en la República Popular China). Incluso la “minihidráulica” (con una potencia igual o inferior a los 10MW) ha resultado dañina, en algunos casos, de pequeñas cuencas hidrográficas, por su proliferación acumulativa, poniendo en peligro el caudal ecológico.

Lo cierto es que en todas las previsiones disponibles sobre el desarrollo de las fuentes de energía del futuro –en España y fuera de España- la proyección de la energía hidráulica se mantiene bastante estable.

En definitiva, urge reorientar las políticas y marcos regulatorios de la energía y del agua de forma coordinada, coherente y concertada. Solo así se logrará mejorar la eficiencia de ambos recursos tan intimamente relacionados, se reducirá los niveles de pobreza energética y hidrológica existentes, y será posible articular entre ellos una verdadera y sólida alianza.