La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Hace pocas semanas se hacía público el informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) sobre la calidad del aire en Europa en 2013 (Air quality in Europe – 2013 Report), justo cuando estamos en el “Año del Aire” de la Unión Europea y cuando se está revisando el complejo grupo normativo sobre protección del ambiente atmosférico. El titular informativo más llamativo resultante de dicho Informe es que “en torno al 90% de la población urbana de la Unión Europea está expuesta a concentraciones de algunos de los contaminantes atmosféricos más perjudiciales para la salud”; y entre los contaminantes que siguen provocando problemas respiratorios y enfermadades cardiovasculares se encuentran las “partículas” (las más finas, la “PM 2,5” que no superan las 2,5 micras de diámetro) y el “ozono troposférico” (O3) (distinto al “ozono bueno» que en la altas capas de la atmósfera -estratosfera- nos protege de las peligrosas radiaciones ultravioletas). Por lo que respecta a España, la importancia de estos contaminantes es menor que en el resto de Europa si bien estamos entre los seis primeros emisores; no obstante, Madrid y Barcelona destacan por sus altos niveles de contaminación por dióxido de nitrógeno (una sustancia tóxica que emiten los vehículos con motor diésel).

Casi al mismo tiempo que el Informe de la AEMA, trascendía a la opinión pública otro Informe, uno de la Organización Mundial de la Salud (OMS) –a través de su “Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer« (IARC)- en el que, como fruto de la revisión de los últimos estudios científicos, esta organización de las Naciones Unidas ha decidido añadir la contaminación atmosférica en el máximo nivel (el 1) de la lista negra sobre las causas o factores que provocan cáncer. Asimismo, en el mismo Informe se señala que cada año mueren –por cáncer de pulmón- en el mundo más de 220.000 personas por respirar el aire contaminado de las ciudades. “Cuantas más horas respiren las personas las particulas en suspensión y otros contaminantes –afirma la OMS- que desechan los coches y las fábricas, tienen mayor riesgo de desarrollar cáncer de pulmón”.

En el documento “señales-2013” de la AEMA, titulado “Cada vez que respiramos. Mejorar la calidad del aire en Europa”, se pone de relieve la vital importancia de esa fina capa (de 7 kms. en los polos y de 17 Kms. en el ecuador- que rodea el Planeta Tierra, que llamamos “troposfera” y que contiene un 78% de nitrógeno, un 21% de oxígeno y 1% de argón, así como vapor de agua. Y en cuanto a los contaminantes, además del ozono troposferico y de las partículas en suspensión (PM), son muy perjudiciales para la salud el “dióxido de nitrógeno” (NO2), el “dióxido de azufre” (SO2), el benceno, etc., cuyos efectos para la salud y el medio ambiente son de sobra conocidos.

No es un mero hecho histórico ese fatídico 4 de diciembre de 1952, en la ciudad de Londres, donde a la densa niebla que se cirnió sobre la ciudad se concentraron los peligrosos óxidos de azufre (procedentes de la combustión de carbón), de cuyo episodio se calcula que murieron entre 4.000 y 8.000 personas (en su mayoría bebés y ancianos). En este momento, en pleno siglo XXI, en muchas de las macro-urbes y, en particular, en muchas ciudades de la emergente China se dan situaciones no muy diferentes.

La atmósfera es un bien común indispensable para la vida respecto del cual todas las personas tienen el derecho de su uso y disfrute y la obligación de su conservación”, reza la vigente Ley 34/2007 de calidad del aire y protección de la atmósfera. No es de extrañar que algunas de las primeras normas ambientales nacieron (en los Estados Unidos, a principios del siglo XX) para combatir la asfixiante contaminación de las grandes ciudades y zonas industriales. También en España una de las normas pioneras fue la pre-constitucional Ley 38/1972 de Protección del Ambiente Atmosférico (vigente hasta la aprobación de la antes citada) y uno de los planes más recientes es el  “Plan Nacional de Calidad del Aire y Protección de la Atmósfera 2013-2016” (Plan AIRE), aprobado por el Consejo de Ministros el pasado mes de abril de 2013.

Consciente de que el problema de la contaminación atmosférica persiste, la Comisión Europea inició en 2011 un proceso de revisión de la política de la calidad del aire  (que tiene sus orígenes en la década de 1970) pertrechada de un complejo grupo normativo (encabezado por la Directiva 2008/50/CE relativa a la calidad del aire ambiente y a una atmósfera más limpia en Europa), además de la preocupación por limitar al máximo la contaminación atmosférica transfronteriza (Protocolo de Gotemburgo).

Puestos a imaginar tenebrosos escenarios ambientales, ¿qué puede ser peor que esas enrarecidas y asfixiantes atmósferas que envuelven muchas conurbaciones urbanas y complejos industriales en todo el mundo?

Por consiguiente, no me cabe la menor duda de que esta política de protección del medio ambiente atmosférico debe ser prioritaria en todo el mundo, vinculada con el inexcusable “derecho a un medio ambiente saludable” que está por encima de un desarrollo económico a ultranza. Suscribo, por ello la oportuna frase pronunciada recientemente por el Comisario de Medio Ambiente de la Unión Europea, el esloveno Mr. Janez POTOčNIK: «Si usted piensa que la economía es más importante que el medio ambiente, trate de contener la respiración mientras cuenta su dinero».