La Voz de Galicia
Sobre lo ambientalmente correcto, lo sostenible e insostenible y otras inquietudes acerca del estado del planeta Tierra
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Recuerdo que una de mis primeras lecturas ambientales justamente llevaba por título este de “Nuestro futuro común” (Our Common Future), también conocido como Informe Brundtland, hecho público en abril de 1987. Esta denominación trae causa de la persona –Gro Harlem BRUNDTLAND, ex-primera ministro noruega- que presidió, desde octubre de 1984, a instancias de Naciones Unidas -y previo mandato de la Asamblea General- la “Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo” (World Commission on Environment and Development) con el fin de establecer una “agenda para el cambio”. Las conclusiones de dicho informe propiciaron la celebración de lo que sería la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en junio de 1992 en Río de Janeiro. Además, buena parte de los contenidos del Informe sirvieron para elaborar el conocido Programa 21 (o Agenda XXI) aprobado en dicha magna reunión internacional.

¿A qué se debe traer ahora a colación este documento de más de veintiséis años? Pues resulta que acabo de leer el sugerente ensayo de Daniel INNERARITY, titulado “Un mundo de todos y de nadie. Piratas, riegos y redes en el nuevo desorden global” (publicado por Paidós Estado y Sociedad, Barcelona, 2013). Su autor, Catedrático de Filosofía Política y Social de la Universidad de Zaragoza, dirige el Instituto de Gobernanza Democrática, que viene promoviendo diferentes publicaciones y debates públicos sobre esta materia. Aprovecho para destacar otro de los trabajos del mismo autor, el estudio colectivo codirigido con el conocido político Javier SOLANA: La humanidad amenazada: gobernar los riesgos globales (publicado también por Paidós Estado y Sociedad, Barcelona 2011): una interesante aportación sobre los límites de la ciencia antes los riesgos globales, sobre el principio de precaución y sobre la gobernanza.

En el citado ensayo se plantean las muchas paradojas en que está envuelto nuestro mundo actual: “es un mundo de todos y de nadie”, proliferan asuntos que son de todos (a todos nos afectan) pero de los que nadie puede o quiere hacerse cargo. Y, como muestra de esta realidad se cita el ejemplo del clima que, como bien público de la humanidad, preocupa (su “calentamiento global”) y manifiesta “nuestra común vulnerabilidad” por los riesgos globales que puede implicar para todo el Planeta. Para abordarlo adecuadamente su autor propone sobre la base de la necesaria  “gestión de los riesgos globales” una “política de la humanidad” que “civilice la globalización” mediante la creación de un “espacio de ciudadanía”.

En el tercera parte de su ensayo –tras poner de manifiesto las amenazas que se ciernen sobre la humanidad (en la primera) y reflejar las dificultades para proteger al mundo de sus peligros (en la segunda)-, titulada “Gobernar o el arte de hacerse cargo”, dedica un Capítulo  específico a la “Justicia climática”. En él se analizan tres cuestiones relacionadas con el “cambio climático”: la complejidad de las causas que inciden sobre el mismo, la diversidad de impactos que generan y las diferentes responsabilidades de los agentes concernidos.

Dando por supuesto el carácter antropogénico y universal del cambio climático –tal como demuestra en sus Informes (en particular en su 4º y último) el Panel Intergubernamental del Cambio Climático– el clima ha pasado a formar parte del debate político y asunto de la ciudadanía democrática, “el mayor problema de acción colectiva –según INNERARITY– al que el mundo se la tenido que enfrentar”, y que está ya generando “conflictos” y “migraciones masivas” (los llamados “refugiados climáticos”). Habrá, por lo tanto, que promover “decisiones políticas” en esta materia, o lo que es lo mismo, desarrollar la “gobernanza del cambio climático”. Sin embargo, como destaca el mismo autor, dicha urgente tarea plantea –de cara a la implantación de una “justicia climática”- varias dificultades: identificar las causas, los impactos y las responsabilidades relativas al cambio climático.

La afectación universal del cambio climático y sus eventuales efectos catastróficos –que forman parte de lo que BECK denomina “sociedad del riesgo mundial”-, así como su “alto nivel de interdependencia” de los problemas que aquejan a la humanidad, deberían propiciar –según el repetido ensayista- “soluciones cooperativas”. Pero resulta que los efectos del cambio climático son desiguales, según países, e incluso según generaciones y esto dificulta tremendamente la aplicación de la pretendida “justicia climática”.

Lo cierto es, como se encarga de destacar INNERARITY, que el reconocimiento de las “responsabilidades históricas” de los países desarrollados por las emisiones de gases de efecto invernadero y la “justa distribución de las emisiones futuras de carbono”, no está resultando nada sencillo tras los considerables fracasos de las Cumbres sobre el Clima de Copenhague (2009), de Cancún (2010),  de Durban (2011) y de Catar (2012). Unos, casi desesperados, intentos por prolongar el ya periclitado Protocolo de Kioto que debería implantar con urgencia una necesaria “justicia climática”.

El Director del Instituto de Gobernanza Democrática no se muestra partidario de las soluciones de mercado que se han aplicado (el comercio de emisiones y los permisos de emisión negociables) y reclama una solución política multinacional. Hace tiempo que la propia Convención marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –que es la base del Protocolo de Kioto- previó un principio clave para este complejo problema de distribución de las cargas climáticas que es el “principio de responsabilidad común pero diferenciada”. Un criterio jurídico ideal para afrontar el problema, pero mucho me temo que, hasta que no veamos con claridad los catastróficos efectos –directos e inducidos- del calentamiento global seguiremos sin consensuar internacionalmente una solución justa y equitativa. Lejos de la benéfica idea de “nuestro futuro común” del Informe Brundtland, más bien nos encontramos –al menos en lo que se refiere al problema del cambio climático- en la triste paradoja que orienta todo el ensayo de INNERARITY: “un mundo (una atmósfera) de todos y de nadie”, sin que la frágil Comunidad Internacional lo remedie.