La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Este viernes el Playa Club de A Coruña vivirá un momento mágico. Alex Díez, el que fuera cantante de Los Flechazos, revisará las canciones de su viejo grupo. Se trata de un recital inserto dentro de la gira Popcorner, en la que celebra 30 años de profesión y trayectoria musical. Pero no se trata de un concierto más. No. Más allá de festivales, grandes salas y visitas capitalinas, en A Coruña los conciertos de Los Flechazos eran legendarios. A excepción del que sirvió para inaugurar la AP-9 en el Coliseum en 1992, el resto de sus recitales coruñeses tuvieron lugar en un Playa siempre abarrotado. Allí se sudó, se vibró y se disfrutó de uno de los grandes grupos del pop nacional. Toca tirarse de lleno a la nostalgia. Sin excusas. Sin medias tintas. Sin mala conciencia. Visto lo visto, va a ser tremendo.

-¿Cómo ve Alex Cooper al jovenzuelo de «El bidón de gasolina», su primera canción editada como Los Flechazos?

-Es muy difícil identificarse con aquello. Reconozco los rasgos y el tono, pero a mí ahora me toca ser otro personaje de la historia. Ahora soy el padre que va a la fiesta a protestar porque no le dejan descansar. Veo a aquel Álex parecido en su idealismo y en su manera de afrontar cada una de las aventuras que quiere llevar adelante. Me está divirtiendo mucho ponerme en la piel del Alex joven, aunque es un esfuerzo enorme.

-Sobre todo para adaptarse a aquella velocidad. Hay bastantes más bmps que hoy en día.

-Claro. Javi, el batería, está con la lengua fuera todo el concierto. Hay que meter mucha caña porque hay que empalmar un tema con otro. Mi frase de los últimos tiempos es: «Más rápido, más rápido». Me parece que es el respeto que se merece ese repertorio. Hay que tocarlo y ejecutarlo como surgió en su momento, respetando mucho el espíritu de las canciones. Eran así, a toda pastilla. Ahora tocamos mejor que entonces e intento que las canciones tengan un poco más de musicalidad. Pero poco más.

-En el primer concierto que dieron en Madrid en febrero quedó patente: la fidelidad era máxima. Raro, porque aunque muchas veces se hable de volver a tocar las canciones igual, cuando pasa tanto tiempo cambian muchas cosas.

-Yo creo que el concierto de La Riviera sirvió para explicarle a la gente por qué no se habían reunido Los Flechazos. Me parece que hubiera sido muy difícil conseguir esa fidelidad con cualquiera de las formaciones que tuvo el grupo. Si nos reuniéremos no seríamos Los Flechazos. Lo que yo pretendía era que el espíritu y el carácter de las canciones se mantuviera, que se volvieran a presentar ante la gente de la manera más fiel posible. Yo he vivido muchas reuniones y sé lo que eché en falta en esas reunificaciones. También he tenido la oportunidad de participar en muchos discos de homenaje a grupos. No soy de reinterpretar las canciones. Hay una frase que odio, eso de «llevarla a tu terreno». Cuando haces una versión de un grupo que admiras no tienes ningún deseo de eso, porque admiras lo que ellos hicieron y los homenajeas de manera modesta, intentando no ser un estorbo, volviendo a capturar la magia de lo que tanto de maravilla. A mí me pasa eso con mi grupo favorito, que son Los Flechazos. He pretendido hacer la versión más fiel posible de lo que yo veo en esas canciones, con la ventaja de que yo estaba dentro cuando se hicieron.

-¿Cree que el jovenzuelo aquel de «El bidón de gasolina» aprobaría al Alex Cooper actual?

-Estoy seguro de que sí. Creo que estaría tan orgulloso como yo estoy del joven Álex. Creo que el nexo de unión ha cristalizado en “Popcorner”. Hubo un tiempo que no sabíamos bien si Cooper estaba a la altura de la herencia que habían dejado Los Flechazos y si tenia que ver o no. Yo creo que la gente lo ha entendido. Ha costado 15 años en algunos casos, pero creo que todo el entorno de los seguidores de Cooper y Los Flechazos entiende que todo forma parte de un todo y que todo tiene un nexo de unión. Por eso se ha llamado «30 años viviendo en la era pop», porque el pop tiene una cualidad brillante que está más allá de los ejercicios de estilo. Y tanto cuando yo era más sixtie, como cuando era más indie o soy más yo ahora mismo, hay un elemento que se repite en todo ese camino. Sigue existiendo el público que te dice: «A mí me gustaba más lo otro». Seguramente tú te gustabas más antes de lo que te gustas ahora, pero hay una realidad: que el camino de composición, de entender la música, el pop y la vida ha sido el mismo. Resulta inevitable que exista esa compenetración y similitud entre el Álex de 18 y el de 48 años. Eso tiene que estar ahí. Creo que él sería fan de Cooper.

-¿Ha tomado algún modelo para “Popcorner”?

-No. Yo lo he hecho porque he pensado que a la gente le iba a hacer ilusión. La motivación de volver a retomarlo todo es esa. El otro día me preguntaron si dejar de hacer elepés y hacer solo singles no había sido un tiro en el pie en mi carrera comercial. Dije que sí, totalmente. Ahora pienso lo mismo. Esto puede ser un tiro en el pie a la credibilidad que como compositor pudiera haber alcanzado después de 15 años de Cooper. Vuelvo a interpretar canciones ágiles, juveniles y adolescentes. Me vuelvo a poner en la diana de todos los francotiradores que quieren trasladar a la opinión pública que mi música es intrascendente, que es pop de usar y tirar, que no he sabido madurar y que soy el eterno pop-boy. Me da igual. Sé donde estoy. Sé que «El asiento de atrás», «Entre girasoles» o «Mi universo» están a años luz de la sensibilidad punk-pop que podía tener el primer disco de Los Flechazos. Lo sé y, como estoy tan seguro de mi mismo, me da igual ponerme en la piel del Álex de los 18 años para que la gente se lo pase bien.

-En esas miradas atrás a veces se entremezcla el orgullo, la sorpresa y también la vergüenza. ¿Le ha chirriado algo en esa vuelta atrás?

-Dentro de los pasos en falso que puedes dar en la vida, en mi carrera musical creo que no tengo. Me cuesta encontrarlos. Mi carrera estuvo enfocada desde el principio en el largo recorrido. Fui muy consciente de eso. Venía de un mundo muy mitómano, en donde se idolatraba a perdedores de los años sesenta, cuyos discos acabaron en cajones de segunda mano. Yo, a pesar de que quería comerme el mundo, inconscientemente diseñé una carrera que me iba a llevar por ese camino. Esa fidelidad al público, a la escena mod, a una manera radical de entender la anticomercialidad nos obligó a pagar muchos pejaes. Dieron sus frutos a la larga. Pero en el corto plazo fueron un problema para todos. Nosotros éramos nuestro peor enemigo, en ese sentido, y nuestro mejor amigo, en el sentido de construir una carrera de largo recorrido. Me encuentro con algunas cosas que me intranquilizan. Una de ellas es revisar los sueños de mi juventud, con la idea que yo pensaba que iba a conseguir en la vida. No he tenido pasos en falsos en lo musical, pero sí los he tenido en mi vida personal. Eso está reflejado en las canciones y es doloroso al enfrentarse a ello. Otra lectura que yo hago es qué equivocada está la gente que piensa que mis canciones son alegres, optimistas e intrascedentes. En el primer disco había canciones durísimas como «En la ciudad del motor» o «En esta ciudad”. Y en el segundo, “Arco Iris”. Son canciones que hablaban del suicidio. “Go Go girl” trata de los abusos de un padre a su hija y nadie se enteró. Esa segunda lectura me hubiera gustado que se hubiera entendido. Otra cosa, que me ha pasado hace poco escuchando “Viviendo en la era pop entero”, que hacía mucho que no lo hacía, es comprobar que éramos muy imberbes. Teníamos muchas deficiencias técnicas y teníamos poca calidad. Dejando aparte las motivaciones personales y sentimentales, me cuesta entender cómo la gente puede llegar a valorar como mejor disco “Viviendo en la era pop” que cualquiera de Cooper. Están a años luz. Es impresionante el valor evocador de la música, que hace que eso no importe nada. Porque están mal tocados, mal cantados y, a veces, hasta mal compuestos y mal arreglados. No importa, porque funcionan. Y a la gente le encantan. En concreto hay una canción, «En esta ciudad», que la escuché el otro día y es que no llega ni al nivel de maqueta.  

-En su momento Los Flechazos lamentaban como, disco a disco, no habían llegado al sonido buscado hasta «En Acción!!!». Sin embargo, yo escucho ahora la canción “Viviendo en la era pop”, que podía tener ese punto de “sonido lata”, y no cambiaría absolutamente nada. Me parece que suena genial.

-Es que no se puede cambiar nada. Es el producto de un momento, un testimonio de cómo éramos nosotros y cómo era la escena. Nosotros estábamos buscando el santo grial de los años sesenta. La búsqueda duró seis o siete años hasta lograr algo parecido a eso en «En Acción!!!» Desde luego, esos primeros balbuceos están muy lejos de lo que buscábamos. Ten en cuenta que en el primer disco nos dijeron que todo el disco con un lesley al Hammond sería demasiado pesado y que no iba a gustar, íbamos a combinar unas con él y otras sin él. Son problemas de una época. Éramos un grupo tan atípico que no sabían cómo tratarnos. Ni a la hora de producirnos los discos, ni a la hora de vendernos en la radio. Nosotros, además, éramos muy pardillos. El primer single que se editó de “Viviendo en la era pop” es “Dame tu amor”, la canción menos comercial del disco. Ni siquiera creo que fuera decisión nuestra.

-Muchos de sus seguidores descubrían a Los Flechazos y los años sesenta en paralelo. En cierto sentido, las canciones de “Viviendo en la era pop” y “En el club” fueron la puerta de entrada a un mundo muy excitante. Los Flechazos entonces transmitían esa sensación de cuadrilla pop, de “todos a una”, como si hubiera una misión muy importante.

-Éramos un grupo genuino, en ese sentido. Éramos como una pandilla de instituto, todos amigos. Yo antes tocaba en un grupo que tenía cierto nivel en la ciudad, pero monté otro con mis amigos para tocar en las fiestas y hacer versiones. Acabó siendo mi vehículo de expresión, porque del otro me echaron [risas]. Facilitó mucho las cosas que Elena y yo fuéramos pareja y Héctor, mi mejor amigo. Además, hay un punto de apostolado, de intento de transmisión de lo que a mí me gusta a los demás en eso. He sido siempre en todas las épocas de mi vida. Eso inevitablemente traslada una imagen de grupo frente al individuo. Yo nunca he sido especialmente individualista.

-¿Tenían la sensación entonces de “Los Flechazos para toda la vida”?

-La sensación era: Los Flechazos hasta que se acabe el mundo. Desde muy pequeño siempre he vivido como si me quedase muy poco tiempo, como si fuese mi última oportunidad. Recuerdo esa sensación desde los 15 o 16 años. Tocabas pensando que a lo mejor no había otra vez. Todo era “All or Nothing” y las cosas se hacían a vida a muerte. No he cambiado. Esta gira la estoy viviendo de la misma manera. Será la última vez. Esta vez de verdad.

-Los Flechazos fueron para muchos la apertura de un universo. ¿Era ese vuestro plan maestro?

-Sí. Primero, crearlo a nuestro alrededor. Con las cosas que nos llegaban por fanzines, amigos, otros grupos y el tránsito a otras ciudades a conocer a otra gente. Era una suerte de pandilla subterránea con códigos secretos. Eso es muy atractivo cuando eres un crío. Separarte de la multitud y poder guiñarle el ojo en al vagón del metro a un tío que sabes que sintoniza en el mismo punto del dial que tú y solamente lo sabes tú y él y nadie más de los que están alrededor. Eso te hace sentir muy especial y estás buscando un camino cuando tienes esa edad. Nosotros creamos el universo a base de esas referencias junto a otras que inventamos y aportamos. Luego, lo explotamos al máximo. Se trataba de seguir los caminos que se nos habían abierto. Tú me dices que estabas descubriendo los sesenta a la vez que a nosotros. Nosotros un poco también. Pienso que parte de la gracia está en esa ingenuidad de Los Flechazos. Que nosotros nos creímos a pies juntitas el decálogo que nos había llegado de nuestros hermanos mayores, que abandonaron el barco después. Pienso en Brighton 64 cuando decían “una bomba que estallará, una explosión juvenil / nuestro sueño continuará / por eso estamos allí”. El que lo había escrito a los dos años estaba en otra película. Pero a mí me a mí me había tocado. Todo ese asunto de “la antorcha en mi mano está y no morirá” me lo creía a ciegas. Es sorprendente que lo mucho que me lo creí cuando lo había descubierto dos años antes. Eso lo pensé mucho. Cómo me metí en ese cosmos y cómo cree mi lenguaje, cuando había cosas que habían estado mucho más presentes en mi vida y que no me habían marcado tanto. A la conclusión que he llegado es que esto lo conocí en el momento en el que quería cambiar de rumbo. Yo no podía ser toda la vida de la Real Sociedad o católico practicante o lo que fuera. Pero esto sí. Y por eso me zambullí.

-Habla de juventud. En Los cuatro primeros discos de Los Flechazos salía de manera explícita e implícita en las letras constantemente. ¿Cómo choca con esa exaltación de una juventud que parecía eterna?

-Ahí está la clave del problema que yo tengo para reinterpretar esto. Muchas cosas que pensaba entonces ahora pienso que estaba totalmente equivocado. Los valores que yo asumía como valores de juventud, en realidad eran valores de otro tipo de situación personal. Siempre que he pensado que yo no tendría que renunciar a mis valores de juventud, si la vivía con la complejidad y la responsabilidad con la que la viví. No tengo nada de lo que arrepentirme. No tengo fotos vergonzosas, ni momentos para olvidar, ni grandes problemas de culpa. Porque desde el primer momento supe que había que funcionar bien y con cabeza para crear las bases de algo grande. Pensaba que eso eran los valores de la juventud. Pero no, eran los míos. Ahora soy un descreído absoluto del valor intrínseco de lo juvenil. De hecho, pienso que a los jóvenes se les da más cancha de la que se le debería dar. Pienso que en los sesenta se crearon las bases de todo el problema social que ha habido en las décadas siguientes, que darle tanta importancia a la sociedad de consumo, a lo nuevo y a lo joven, dejando de lado a lo que ha pasado debido a esa tiranía de la novedad, ha hecho mucho daño a nivel cultural y a nivel social. Contra eso lucho en mi planteamiento de vida y musical. Por eso hay una confrontación muy fuerte entre lo que yo defendía de joven y lo que defiendo ahora. En muchas cosas pienso radicalmente distinto que los mods originales. Pues en la época de Los Flechazos pensaba exactamente lo mismo. Eso me cuesta mucho asimilarlo. Entonces, lo que he hecho es decir “más allá de la postura vital y filosófica esto es música, estos son recuerdos y como tal los tengo que manejar”. Es un instrumento para crear un vínculo con una gente que lo que necesita es escuchar las canciones de aquellos tiempos. Por eso es un ejercicio 100% nostálgico.

-Seguramente le ocurra a los fans. Algunos tendrán que ir ahora a echarles la bronca a los estudiantes que le están montado una fiesta.

-Normal. “El bidón de gasolina” es heredera directa de “La casa de la bomba”, que habla de los chavales que no les gusta que su playa se la coja la gente mayor, que tienen arrugas. También es heredera del “Bailando” de Alaska y Dinarama como concepto. Yo la cosa que hago ahora con eso de “Paso el día bailando y los vecinos mientras tanto no paran de molestar”. ¿Cómo que no paran de molestar si el vecino ha estado ocho horas currando y lo que quiere es llegar a casa y descansar mientras tú no le dejas? Yo estoy ahora en esa postura. A mí lo que me sorprende es que no estuviera en esa postura de joven, con lo responsable y razonable que era yo.

-¿Es “A toda velocidad” LA CANCIÓN de Los Flechazos?

-Sí, yo lo he tenido claro siempre. No puede eclipsar al resto del repertorio, porque hay muchas canciones que son bonitas y emblemáticas, incluso pequeños himnos. Pero para mí “A toda velocidad” es la canción perfecta de Los Flechazos, la canción redonda. Tiene un equilibrio muy chulo entre la música y lo que transmite en la letra. Estoy muy orgulloso de ella.

-Elena dijo en una entrevista que, cuando aún no la habían terminado, usted ya decía que era su mejor canción, que era plenamente consciente de ello.

-Sí, lo era. La tenía montada en mi cabeza. Me ha pasado con bastantes temas, esa canción fue la última que compuse para la maqueta del disco. Entre con ella sin letra y la hice con presión el día antes de terminar. Me pasó con “Luces rojas”. Y me pasó con “Carrusel” en “Mi universo”. Las tres tienen letras que son muy importantes.

-Trasmite una sensación de euforia que invade. La escuchas con 16 o 17 años y te dan ganas de «hacerte de eso”, sea lo que sea. Supongo que mucha gente se habrá hecho mod por esa canción. ¿Tiene constancia?

-Era lo que se buscaba. Me encanta que digas eso. No estoy seguro hasta que punto llegó en el momento perfecto para que eso generase que alguna gente se sumase a nuestra historia y el mundo mod. Nosotros llevábamos ya funcionando dos o tres años a un nivel comercial muy alto y eso nos había alejado un poco de la escena mod. Hemos sido la puerta de entrada para ello quizá, pero una puerta de entrada que la gente rápidamente olvidaba para ir a la siguiente. En el fondo ha sido un testimonio más personal, como una guía de actitud para mí. No lo necesitaba, porque salió de mí mismo. Pero te reconcilia con el mundo saber que tenías unos objetivos en la vida y que los has cumplido. O demostrar que se puede mantener una carrera desde una perspectiva mod durante treinta años, cuando la gente nos daba dos años de vida y nos decía que íbamos a cambiar. Es muy divertido. Hay gente que me viene a pedir perdón hoy en día. El otro día vino a hablar conmigo una periodista de Segovia a un concierto en Valladolid. Me dijo que hacía 25 años me comentó en una entrevista en plan: “Tú no te verás dentro de 25 años con la misma ropa y esas pintas”. Me dijo: “Yo soy la que te entrevistó hace 25 años y tú tenías razón y yo no”. El escepticismo que provocábamos en el ambiente musical y la crítica se ha ido diluyendo. Sigue habiendo, pero ahora tienen pocos argumentos para plasmarlo. Eso me gusta. Las canciones como “A toda velocidad” son como una respuesta a eso. ¿Os acordáis de lo que pensaba hace 25 años? Pues, fijaros, sigo pensando lo mismo [risas].

-Le ha pasado a muchos críticos, especialmente dentro del ámbito indie, donde se repudiaba algo tan abiertamente retro. ¿Cree que se acepta mejor eso ahora, donde parece que se han relajado las exigencias de innovación en el pop?

-Yo he vivido siempre en el filo de esa problema. Siempre fui consciente. Es una batalla perdida y que yo no quería librar. Me meto en muchos jardines, pero en ese no. El que lo quiera entender llegará a la conclusión de que yo he hecho las cosas a mi manera, sin ser una fotocopia ni un calco de nadie, a pesar de que las influencias estén en un sitio u otro. Si mirar atrás lo criminalizas te cargas un montón de movimientos musicales que han sido importantísimos en su producción. Desde el r&b, por ejemplo. No existirían los Rolling Stones, ni la escena de blues de Jimi Hendrix, Cream y todo eso. Tampoco el glam, porque miraba a una mezcla muy curiosa de la música de los cincuenta, con los ecos en las voces y mezclado con el pop de chicle de mediados de los sesenta en América. No existiría la nueva ola, porque Elvis Costello, The Records y todos esos grupos miraban mucho a los sesenta. Y puedo seguir un buen rato. Como la música es pendular hay una serie de gente que lo que busca es la innovación por encima de todo, saltándose la barrera de lo clásico, y hay otra gente que le gusta volver atrás una y otra vez. Yo me encuentro en ese segundo grupo. Es como una lucha de egos o de poderes que siempre va a estar ahí. A veces, unos tienen las de perder. Otras, conviven. Eso no me preocupa. Pero te voy a decir una cosa. Mis grupos han tenido una cualidad que no han tenido muchos. Hemos sido siempre transparentes. Siempre hemos sido diáfanos a la hora de mostrar por dónde iban los tiros, porque no hemos jugado a las medidas tintas. Pero también hemos sido transparentes porque no se nos ve: no apareceremos en los sitios.

-¿A qué se refiere?

-Si tú coges la bibliografía de la escena mod en España, Los Flechazos no salimos. No aparecemos en el libro de Ángel Manzanares. No aparecemos en el libro de “Ahora no, mañana, el revival mod en España”. No aparecemos en el libro que se titula “Revival”. ¿Por qué? Porque un libro termina en el 86, justo cuando íbamos a salir nosotros. Otro empieza en el 94 [risas]. ¿Y en los libros de la escena indie? Lo mismo. En el de Victor Lenore o en el “Pequeño circo” tampoco aparecemos. Te dicen: “Es que generacionalmente no sois de ese grupo de gente”. ¿Cómo que no? Si soy más pequeño que Felipe, el de los Fresones Rebeldes, y tengo la misma edad que Fernando Alfaro. Yo he tocado en el primer Benicassim y en la sala Maravillas. Esa personalidad y ese modo de hacer las cosas propio, que nos ha generado tantos beneficios, siendo valorados en el mundo musical, en lo que es la crítica ha generado transparencia. Lo digo así con sorna, pero recuerdo la crítica de la revista Spiral del primer FIB. “Después de Echobelly salieron al escenario Supergrass. Y cuando terminaron volvieron a salir Supergrass”. Eso es lo que dijeron de la actuación de Los Flechazos.

-Eran otros tiempos. Pronto llegaría el cruce de cables, defendiendo a Suede como un grupo “fresco”. No puedes decir que ellos no miraban atrás, o que su mirada valía y la de otros no.

-Claro. Mira que Suede en todas las entrevistas renegaban de los músicos que estaban en la música para enseñar su colección de discos. Yo recuerdo a Brett Anderson hablar así en la MTV, diciendo que ellos eran Suede,que no tenían que hablar de otros y hacían su propia música. Era una postura totalmente contraria a la mía. Pero luego se veía perfectamente de dónde venían las cosas. A nosotros nos pasaba lo mismo, pero siempre con esa especie de complejo de inferioridad que tienen la escena nacional, de “¡Bah! Ahora este tío ha descubierto a Teenage Fanclub”. Perdona tío, los descubrí a la vez que tú. Pero es que además soy de la edad de ellos y escuchaba la misma música que les flipa a ello, incluso antes que ellos. Yo estoy seguro que el “September gurls” de Big Star lo conocí, al menos, a la vez que Norman Blake. Igual, antes. Lo sé porque a la gente de Teenage Fanclub toda la música americana de Costa Oeste les entró a través del tío de BMX Bandits. Él fue quien le enseñó eso. Y luego a Astrid, y a Whiteout y todas las bandas escocesas de ese punto que a mí me flipa. En ese sentido, la escena nacional es un poco pobretona. No se lo tiene muy creído. Pero, vamos, es una pelea que a mí me desgasta. Prefiero hacer mi música y quien no la entienda ya la entenderá.

-Antes el “criterio” lo imponían dos o tres revistas. Ahora llega una generación que prescinde de ello y tiene muchos menos prejuicios. Una chica joven del 2016 puede escuchar a Taylor Swift, Metallica y Cooper.

-Eso viene de lejos. ¿Recuerdas cuando se puso de moda Kylie Minogue? De repente, a nadie le parecía mal. Parece que fue ayer, pero ya hace 12 o 13 años de aquello. Lo otro es más de la gente de nuestra pandilla, que hemos leído revistas y consumido así la música, que de nuestra generación. Yo tengo fans que vienen a los conciertos de “Popcorner” que lo demuestran. Una chica vino a los conciertos de Madrid, Barcelona y Bilbao y, cuando entré a su Facebook, vi que tenía colgado un video de Take That. Yo salía en las mismas revistas que Take That. Eso ha estado siempre ahí. Lo que pasa que los que somos los empollones de la clase del rock, no nos hemos dado cuenta. La gente de nuestra clase en la universidad estaba en eso: oía alguna cosa alternativa, música comercial, cosas antiguas y también iba a las discotecas de bakalao.

-En una entrevista que dio este año decía que cuando salió “A toda velocidad” pensaron que iba a pasar algo. ¿Qué es lo que iba a pasar y no pasó?

-Pensábamos que iba a elevar el nivel de popularidad del grupo y conseguir entrar en la división del pop español, a todos los niveles. Yo voy por la calle y a mí no me conoce nadie. Y los periodistas y los programadores de festivales se las ven cantas para explicar quién soy y qué es lo que represento. Voy a programas de magazines de la radio, con periodistas importantes, y el que me entrevista no sabe quien soy. Estoy allí porque hay en la redacción un tío que es super fan de toda la vida y les dice que soy una figura clave del pop nacional. Esta situación se hubiera solucionado si “A toda velocidad” o “Suzette” en su momento hubieran petado más. Nos hubiera elevado a otro nivel de popularidad y contratación.

-¿No chocaba con la filosofía general? Recuerdo en los primeros noventa cierta presencia de Los Flechazos en las televisiones y cómo se criticaba desde las microescenas. ¿Ustedes querían eso? El siguiente paso sería estar en los 40 principales, ir a sus galas, hacer más playbacks en la tele.

-Nosotros estuvimos siempre en los 40 Principales, desde el primer single. Desde el principio funcionamos en los circuitos comerciales, sin prejuicios. Lo único es que no hacíamos lo que no queríamos hacer y planteábamos problemas. No hacíamos playbacks en directo, pero tocamos un montón de veces en el Super Uno de los 40. Eso sí, siempre en directo, llevando el equipo y el técnico. Recuerdo actuar en la plaza de mayor de Salamanca, en Alicante o sitios así. Ese mundo lo conocíamos. Mientras nos dejaran ser nosotros mismos no había problema. El problema era cuando venían las presiones, cuando nos pedían concesiones. ¿Qué tipo de concesiones? ¿Vestirnos de otra manera? ¿Bailarle la bola a gente que nos cae mal? ¿Hacer otro tipo de música? Eso no lo íbamos a hacer. Yo creo que estábamos en una situación perfecta para que pasase algo comercialmente y no ocurrió. Como ha sucedido con tantas otras bandas a lo largo de la historia. Yo me volví a juntar con Charlie de Dro años después de irnos. Sonó “A toda velocidad” y fue él el que dijo: “Yo no entiendo como no pasó algo con esta canción, si lo tiene todo”.

-A lo mejor en un contexto diferente hubiera sido otra cosa. Salió en pleno auge del grunge y con la ruta del bakalao de fondo. Era casi la antítesis de todo eso. Que te gustase eso era más de “tío raro” que de seguir una corriente.

-Sí, al final acabó siendo una especie de himno que ha pervivido en el tiempo. Esa canción tiene la cualidad de la atemporalidad.

-Trasmite la sensación de tener todo muy calculado para que no se salga de la línea. El ejemplo es esa gira: un planteamiento claro, un inicio, un final, una justificación. ¿Obsesión por la coherencia?

-Bueno, yo soy muy poco de normas y reglas. Recuerdo una vez con Airbag que me decían “Estás cambiando las cuerdas en la prueba de sonido”. Ellos tenían la norma de no hacerlo [risas]. Lo que sí es que soy muy cerebral, lo dice siempre Mario. En lo de ser una persona coherente y la personalidad es algo de mi carácter y que me viene dado por la educación que me han dado. Yo tuve la típica conversación adolescente con mi padre en la que él me buscaba acomodo en la sociedad y un trabajo estable, mientras yo le decía que eso no lo quería hacer. Hubo un momento en el que me echaba en cara: “No se puede ser tan purista de la actitud, tan exageradamente coherente con un planteamiento de vida”. Yo, sorprendido, le dije: “Es lo que tú me has enseñado, los que he visto en casa”. Mi forma de ser me ha llevado a ser rígido en ese sentido. No tengo problema con ello. Para las cosas hay un porqué. Este gira, por ejemplo, no dije que iba a durar un año porque sí. Este proyecto necesita una energía que yo no voy a tener dentro de poco tiempo. Necesita también ser especial. Pero bueno, a lo mejor damos un concierto en enero. Si nos sale el Actual de Logroño no vamos a ser tan tontos como para decir que como es el 3 de enero ya no tocamos [risas]. Si eso sale, tocaremos la campana como en los pubs ingleses. Esto tenía que ser así.

-“A toda velocidad” es la canción con mayúsculas, pero hay otra que casi tiene la misma importancia: “Cansado”. Ahí baja la velocidad y el clima, cambian las intenciones del grupo. ¿Es el golpe de timón de Los Flechazos?

-Sí, totalmente. Es una de esas relaciones mágicas entre la música y la vida. Fue una canción hecha sin pensar, reflejando un estado de ánimo de un día de bajón. Y se convirtió en la piedra angular para explicar por qué hasta aquí ha habido un Alejando y luego habrá otro. La estamos tocando en directo y no estoy muy seguro de que la gente la sienta como una canción de Los Flechazos. Veo reacciones más cercanas a Cooper. Es un tema muy bonito, que no he dejado de tocar nunca en los acústicos. Es muy yo, de como soy yo hoy en día. Me siento más cómodo con ella que con “Suzzete” o “En el club”, por ejemplo. Es que las canciones de Los Flechazos eran muy miméticas de cosas que, en realidad, yo no era. Eran muy yo y muy antiyo. Si yo casi no salía por la noche y cantaba eso de “Todos los búhos vivimos de noche y odiamos el sol”, como si yo fuera un juergas brutal.

-Versos como esos generaban un gran impacto. Cuando eras adolescente y querías saber qué era lo mod resultaba misterioso, como si solo entendieses el 20% de lo que te contaban y, en la siguiente escucha, el 25. Pensabas: “Entonces para ser mod hay que salir mucho de noche y odiar el jefe, ¿no?”, con esa ingenuidad. No había nada a lo que agarrarse.

-Había mucha parte de emulación de lo que yo veía en mis grupos favoritos, aunque con una absoluta sinceridad. Era lo que yo quería ser, en una época en la que estas andando el camino y no estás hecho. Ahora estoy en otra película, leyendo los libros de Pablo d’Ors contra la juventud [risas] y participo de esa idea: cuando eres joven no eres tú, eres tú después.

-Umm… al joven al que se apelaba al principio de la entrevista dudo que le gustase escuchar cosas como esa.

-Pues no lo sé, pero seguro que la gira que estamos haciendo le encantaría. Estoy seguro. Este repertorio es trasversal: conecta con todo tipo de edades y públicos.

-Uno de los versos míticos de Los Flechazos es: “Del orgullo y del recuerdo todo lo que puede salir es bueno”. ¿Siente lo mismo?

-Sí, esa idea se mantiene. Es una lucha contra esa etiqueta de revivalista y lo de ser una fotocopia. Yo tengo orgullo de lo que he vivido, que forma parte de una tradición, pero que no es la vida de otros ni una fotocopia de nada, sino algo muy pleno. Esa frase se complementa muy bien con “Siento orgullo de lo que fui, pero aúnas de lo que puedo ser, no te lo vayas a perder” de «Ruido» de Cooper.

-En Los Flechazos había una idea que salía intermitentemente: la de reafirmarse en un mundo que es aparentemente hostil y que no quiere que uno sea cómo quiere ser. Eso se ha mantenido hasta «Mi universo», su último elepé. ¿Es una constante suya?

-¿Cómo no voy a ser mod, tío? El manager de The Who Kit Lamber lo decía: “Ser mod es vivir limpio bajo circunstancias difíciles”. Eso ha sido parte de mi vida. He tenido esa sensación a nivel personal siempre, más allá de la música. Yo soy ese tipo de persona que entra en una habitación y siente la hostilidad de una parte de los que están ahí. He luchado siempre contra la idea de lo que generaba yo era envidia. Eso me parece absurdo. No, tiene que haber algo más. Tiene que haber una razón por la cual yo despierto la animadversión de una parte de la gente. He llegado a pensar que es porque yo vivo mi vida con la libertad que a ellos les gustaría y no se atreven. Intento desconectar de ello y seguir mi camino, pero es algo que está ahí. En parte, por ser mod. En una ciudad de provincias como León ha habido épocas en las que percibía eso a diario. Pero tiene una parte buena. La gente más cercana a mí, la que más quiero y me importa, lo percibe igual en ellos. Ha sido un problema que hemos tenido en común y que nos ha unido mucho. Por ejemplo, a mí mujer. A Cristina le pasa exactamente lo mismo. Cuando nos conocimos nos dimos cuenta que teníamos la sensación de no haber encontrado tu lugar en el mundo y de despertar la animadversión de los que quieren que todos pensemos igual.

-Hemos hablado prácticamente un 90% de Los Flechazos y, apenas, un 10% de Cooper. ¿Se está sintiendo Cooper celoso o asume que el protagonismo sentimental lo tenga la otra banda?

-Es lo que toca. Lo que me sorprende es que aún exista la duda de si voy a tocar muchas de Los Flechazos en los conciertos. Ahora lo que toca es recordar a Los Flechazos clásicos. El periodo está acotado, no hay problema.