La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Silvia Pérez Cruz
Palacio de la Ópera, A Coruña
11-6-2016

No pensar, solo sentir. Lo proponía por adelantado Silvia Pérez Cruz. En algún momento de su actuación de ayer, se podría jurar que lo logró. El primero quizá con Não sei, embarcando al público en la pena de la muerte de su padre, con una soberbia interpretación de esas que traspasan la piel y un final épico. Después, llegaría Ai, ai, ai, apelando a la alegría infantil, a los coros de la gente y la desinhibición. Y, más tarde, Por tu amor me duele el aire, con el recogimiento del desamor y el mareo de sensaciones de la poesía de Lorca. Tres estado de ánimo diferentes y sucesivos. Tres emociones insertadas en la música y guiadas por su voz. Tres maneras de sentir. ¿Sin pensar?

Antes de ello la artista ya había avisado de lo excepcional de la noche. Se trataba probablemente del último concierto que iba a dar con quinteto de cuerda. Un formato que a priori podría sugerir un empaque rígido y solemne pero que pronto demostró que iba a ser todo lo contrario. Cuando el violinista tocaba su instrumento como un ukelele y el contrabajista marcaba la música con aires semi-jazzies quedaba claro que aquello quedaba lejos de esa idea. Las risas, las miradas y los vaibenes, no hicieron sino corroborarlo.

Empezó a lo grande, en gallego, recordado a su abuela con el Miña nai que le cantaba de niña. También apeló a nuestro idioma en el bis, atreviéndose con un Negra sombra supuestamente improvisado. Cosas de ese último capítulo del proyecto que se inició hace ya dos años. Incluso interpretaron, a su manera, un Aleluyah de Leonard Cohen virgen en el escenario. Se devolvía así parte de la tensión perdida en una recta final de concierto, en el que Pérez Cruz apeló al humor, haciendo un batiburrillo de canciones populares en las que cabía desde Amy Winheouse o Beyoncé a El Tractor Amarillo o el Si eu che pego. Cuando la cosa empieza a ser delirante optó por frenar en seco. «¡Hay que saber parar, eh!».

La gente, encantada. La vocalista se ha convertido en un símbolo de un momento político. Antes en sus recitales el punto álgido lo ponía Pequeño vals vienés. Ahora el himno es No hay tanto pan, inspirado en aquellos desahucios que asaltaban los medios de comunicación en los primeros meses de la crisis. Cantado de manera prodigiosa. Con subidas, bajadas, rabia y catarsis ondeó como una bandera. El resultado fue parte del palacio en pie, un aplauso de varios minutos y muchas caras emocionadas. Daban a entender que esa voz hablaba por la de la mayoría de los allí presentes. Faltaba aún concierto. Quedaba Vestida de Nit, ese propurrí de hits ajenos cogidos a vuelapluma y unos coqueteos con la Lambada que parecían indicar que las visitas a la fibra sensible se habían terminado.

No. Aún había sitio para Gallo Rojo, Gallo Negro de Chicho Sánchez Ferlosio, en una versión grandiosa. Cerró un concierto en el que, contraviniéndola, se pensó. Aunque también se sintió. La cabeza decía que nos encontrábamos ante una grande, que la veremos crecer aún más, que será un placer acompañarla en ese camino. Los sentimientos, por su parte, simplemente se entregaron a la música logrando en muchos casos crear un maravilloso eclipse emocional.