La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Alex Cooper
La Riviera, Madrid
13 febrero 2016

Hay canciones que trascienden a un tiempo, a una escena y a una coyuntura. Y hay otras que no. Hay canciones que se convierten en universales, que afectan a una inmensa pluralidad de personas y que encapsulan las emociones de estas en ella. Y hay otras que no. Hay canciones que mantienen intacta su pegada melódica, su agitación interior y su arrebato exterior 20 y 30 años después. Y hay otras que no. Las de Los Flechazos pertenecen al primer grupo. Las de muchos otros grupos al segundo.

Eso ya lo sabíamos. Cada vez que las pinchábamos. Cada vez que colgábamos un viejo vídeo del grupo en el Facebook. Cada vez que una de sus letras plagadas de fotografías sesenteras asaltaban la mente sin avisar y se quedaban a vivir ahí una temporada. Incluso conocíamos el poder «huracánico» de algún rescate de Cooper, como ese electrizante Atrapado en el tiempo con el que a veces aderezaba Alex Díez sus conciertos. No quedaba el menor atisbo de duda. Pero ¿un bolo entero con el cancionero de Los Flechazos más allá de la anécdota? Se desconocía el efecto.

Ocurrió ayer. Y ocurrió en una Riviera con entradas agotadas desde hacía semanas. Atmósfera de acontecimiento. Clima de «Aquel curso del 75». Sensación de estar ante un momento único. Como no podría ser de otro modo, una canción lo cristalizó. «A toda velocidad», sonando tersa, joven y emocionante, serviría para contestar la pregunta. Con Elena Iglesias, la teclista original de Los Flechazos, al Hammond y Alex cantándola con el mismo convencimiento que en 1992, invocó la magia. Y la espolvoreó por toda la sala. Puño en alto. Orgullo. Placer. Sí, esto sigue molando. Lo sabíamos. Pero ahora lo certificamos.

Fue el concierto de ayer la materialización de un deseo colectivo. Seguramente, habrá mejores actuaciones si el proyecto sigue adelante -que seguirá- este año. Seguramente, habrá ocasiones en las que estemos más apretujamos, más sudorosos y menos pendientes de inmortalizar el momento con el móvil. Seguramente, podremos liberarnos de la sensación de acontecimiento, mezclando recuerdos pasados de diferentes años como un puzzle. Pero anoche, en la Riviera mientras sonaban aquellas maravillosas canciones veíamos como todo se hacía realidad.

Petrificados algunos, tardamos en soltarnos. Como si de repente ponen ante tus ojos a esa mujer preciosa que has visto en revistas tanto tiempo y no supieras qué decirle, mirabas a un lado y a otro. Buscabas guiños en el escenario. Veías como «La reina del muelle» o «Suzette» pasaban ante ti sin poder explotar. Te sentías como el niño pequeño que lo sueltan en una tienda de juguetes, le dicen «Venga, escoge uno» y se queda paralizado. Piernas agarrotadas. Garganta fría. Corazón que aún no sabía muy bien cómo latir. Parálisis. Sonando «Hyde Park» o «Arizona» de Cooper casi resultaba más cómodo. Resultaban más comunes, más cercanas. Menos extraordinarias, menos míticas.

Quizá el primer zarandeo llegó con «Viviendo en la era pop». ¡Espabila, tío, que esto son los temas de Los Flechazos otra vez aquí! Reforzada por una competente sección de viento, expandió su sonido por toda la sala como el himno que es. «¡Tu voz en coloooor uououou!». Luego, «Callejear», de músculo vibrante, tempo acelerado y efecto de despegue en la suela de los zapatos. Y más tarde «La chica de Mel» con la emotividad de la presencia de Héctor Escobar al bajo («¡Héctor, Héctor, Héctor!») y karaoke colectivo como respuesta.

El segundo golpe de gracia lo protagonizó «Chicas, chicas, chicas» y «En El club». De nuevo, apelando a los muslos, a los pies, a la corriente de vibración que pone los cuerpos a bailar. Todo para llevarlos ahí, a ese «A toda velocidad» de gargantas desgañitándose y la intransferible sensación se vivir lo ya vivido y vivirlo maravillosamente. Entonces, la sensación cambió. Del no asimilar y no reaccionar ante lo que estaba ocurriendo se pasó al tener miedo que todo terminase demasiado pronto. Entre «Luces rojas «y «Lo conseguí» llegó ese final.

En los bises, tras la reafirmación de «Mi universo», Alex atacó la iniciática «El bidón de gasolina» de aquel «Teloneros», para al final volver a llamar a Elena y repetir un «A toda velocidad» de pálpito multiplicado y euforia contagiosa. Por mí, podría volver a empezar ahí el concierto. Seguramente lo hubiese disfrutado el doble, liberado ya de las sensaciones incontrolables que a veces te atenazan sin que logres muy bien quitártelas de encima. Al salir, viendo a la gente coreando las canciones del grupo en los pasillos de salida de la sala, terminé de confirmarlo todo.

Fue una gran noche. Pero necesitamos que se vuelva a repetir para terminarla de verdad. Porque esas canciones han de ir más allá de las excepcionalidad de un día y un lugar, dejándose querer durante todo el 2016. Qué así sea. Que así lo veamos. Que así lo disfrutemos. (Re)viviendo en la era pop.