La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Otra más. Ayer cerrábamos el día con la muerte de Glenn Frey, el que fuera guitarrista y voz de The Eagles. Fallecía, víctima de una artritis combinada con una neumonía. Horas antes había trascendido otra desaparición en el planeta rock, la de Dale Griffin, el batería de Mott The Hoople, que sufría alzhéimer. Y hoy nos despertamos conociendo que Gary Loizzo, el cantante American Breed, Gary Loizzo también ha fenecido en los últimos días.

Son días negros para el rock, pero también la certificación de que una era concluye definitivamente.«Nos vamos a tener que acostumbrar a estas noticias», decía hoy en su Facebook Alex Cooper asumiendo lo inevitable: que la música, como la vida, nace y muere. Más allá de aquel impulso primigenio de los cincuenta, hablamos del rock como fuerza cultural dominante en la segunda mitad del siglo XX. Muchos de los protagonistas ya no están con nosotros. Otros tantos se encuentran en el crepúsculo, cantándole a su recta propia final. Y, mientras, vemos un fondo en el que la fuerza social rupturista que otrora tuvieron las guitarras se desvanece en favor de las redes sociales y otras maneras de diversión.

Todas estas muertes llegan cuando el rock ya se siente a gusto en los teatros en los que nació como un peligro y terminó domesticado con subvención pública. Hoy puedes ver a bandas de garage-rock en butaca numerada, cuño del ayuntamiento correspondiente y respetuoso silencio en la platea. También aparecen las defunciones en el momento en el que los padres compran a sus hijos camisetas de los Rolling Stones y bodis de The Velvet Undeground. En una fiesta infantil igual te pintan al niño de Aladdin Sane como le enseñan a bailar cual Angus Young. Y se van los mitos, cuando hasta el Vaticano lamenta la desaparición de un David Bowie que puso en jaque la moral occidental en los tiempos del glam-rock.

Nos seguimos emocionando, buscando ese escalofrío primigenio, estando pendientes de una gran revolución. Pero no llega desde, al menos, el grunge. Los creyentes dicen que se trata de una cuestión de actitud, de no caer en el síndrome de abuelo cebolleta y demás. Pura fe. Todos tienen un nombre en mente que encarna esa fuerza. Pero hoy Rebel, Rebel sonaría perfectamente en una boda o una celebración familiar sin que nadie se inmutase lo más mínimo. Es más, puede que entre smokings y vestidos de palabra de honor termine una banda tributo sustituyendo al duo de pachanga con un repertorio de temas de Led Zeppelin, AC/DC o Rolling Stones. Sí, lo mismo que esas sesiones vermú de fin de semana.

Toda esta catarata de muertes, sumadas a las de Lemmy Kilmister o David Bowie, nos sitúa a los fans ante los últimos suspiros de una manifestación cultural pura, vibrante y avasalladora. El rock tal y como se concebía en los sesenta y los setena, languidece. Le queda poco. En la actualidad, se sirve como pieza de museo, entretenimiento burgués y páginas de necrológicas. Salvo las muertes, que siempre son penosas, no es ni bueno ni malo. Pero es. La marcha fúnebre que viene sonando en los últimos días sin cesar lo ha recordado. Una vez más. Disfrutaremos de lo que venga, no hay duda. Pero será otra cosa. Con un lenguaje similar, pero un latido muy diferente.