La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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lemmy

Sí, Lemmy Kilmister era como Chuck Berry o Johnny Ramone: uno de esos cabezones con una idea invariable de lo que debía ser su rock, ajena a modas, tendencias o el simple devenir del tiempo. Tanto daba que lo llamasen vejestorio, involucionista o carca. El mundo se equivocaba, no él. Lo tenía clarísimo. Había encontrado a finales de los setenta con Motörhead una aleación de rock, heavy y punk de la que no se iba a bajar nunca. Durante todo ese tiempo en las revistas el rock murió sepultado por la electrónica, renació mirando al pasado y volvió a morir para encontrarse en el estado actual indefinido. A Lemmy, outsider total, le importaba un pito la crítica. Obstinado, con su bajo saturado y su vozarrón temerario, hizo exactamente lo mismo durante cuarenta años. Cuando la muerte le sorprendió el pasado lunes, tenía pensado prolongar el mismo plan.

Triunfó en la bisagra de los setenta y ochenta, se convirtió en una vieja gloria en los noventa y disfrutó de una inusitada popularidad entrado ya en el siglo XXI. Incluso doblegó al voluble público indie, que lo acogió en el 2006 en ese Primavera Sound en el que jamás tocarían Barón Rojo o Iron Maiden. Fliparon. «¡Somos Motörhead y esto es rock n’ roll!», dijo. ¡Traca! Lo cierto es que ese torbellino sonoro, del que mamaron Metallica o Slayer, no conocía rival sobre un escenario. Y, como Chuck Berry o los Ramones, en lo suyo alcanzaba la perfección cuadriculada. Todo por no ceder, como buen cabezón del rock n’ roll. Hasta el final.