La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Londres, estadio de Wembley, Londres. Año 1991. Setenta mil personas con los brazos en alto. Tres golpes de batería. Riff de guitarra. Explosión. «Vive nena vive / Ahora que el día terminó / Tengo una nueva sensación / En momentos perfectos, imposibles de negar», canta un Michael Hutchence efervescente. El público se convierte en una masa ondulante. Salta como si no hubiera mañana. Setenta mil almas al unísono entregabas a la pregunta: «¿Estás preparada para la nueva sensación?». La banda, encendida, representa el hedonismo mismo. Juventud infinita. Vibración eterna. Plenitud máxima. Barbilla siempre levantada.

El tema se llama New Sensation. Y la banda, INXS. Se encontraba entonces en la cresta de la ola, sosteniendo la gloria con la palma de la mano. Ese momento se emplea como punto de partida en Never Tear Us Apart: The Untold Story of INXS, la serie de cuatro capítulos que recrea la historia del mítico grupo australiano. El año pasado se estrenó en su país, donde gozan de tratamiento de leyenda. Ahora ha llegado a España despertando recuerdos adormecidos sobre una banda formidable que, sin embargo, no suele reivindicarse en las miradas atrás de los fans y críticos. Pero si suena I Need You Tonight —eléctrica, seductora, irresistible— no queda más remedio que admitir que el olvido tiene mucho injusto.

Ese tipo de calambre abunda en una serie con la que, no obstante, conviene poner la venda antes que la herida. Por sí misma no resulta ninguna maravilla. Más bien se trata del típico telefilme biopic ligeramente ampliado en cuatro entregas. Pero sirve fundamentalmente para revivir aquel fenómeno que cristalizó comercialmente con Kick (1987) y que se mantuvo firme durante los primeros noventa. Luego decayó y se topó con un trágico final. El suicidio de Michael Hutchence en 1997 marca el fin. La realidad es que INXS siguieron sin él. Pero, lógicamente, todo resultó diferente.

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Como ocurre tantas veces, la arrebatadora figura pop germinó en un adolescente introvertido, sensible y con problemas. Lo interpreta Luke Arnold. Se ve cómo el cantante que arrebata con su presencia, colecciona amantes e inhala cocaína sin pensar en el mañana, viaja de cuando en cuando a su pasado. Procedía de una familia burguesa de Perth. Sus padres combinaban broncas, infidelidades y cinismo. Él decidió subirse al vagón de la música. Vía de escape. Escribía en una libreta letras para las canciones de su imaginación y acabó siendo objeto de burla entre los matones la escuela de Preparatoria. Corría 1977.

En una ocasión cuando se encontraba a punto de recibir una paliza, otro alumno salió en su defensa. Se trataba de Andrew Farriss, un chico con inquietudes musicales. Hablando tras el rifirrafe, descubrió los versos que Michael reflejaba en aquellos papeles. Le propuso trabajar juntos. Pronto se unieron el guitarrista Tim Farriss (hermano de Andrew) tocaba en distintas bandas y Kirk Pengilly formando The Farriss Brothers. Dos después, cuando el baterista Jon Farriss (también hermano de Andrew y Tim) concluyó el colegio secundario, hicieron su particular todo o nada: marcharse a Sídney a triunfar.

Ahí, viviendo todos juntos en un maltrecho piso, empezaron a rodarse en escena. En la serie se ve cómo Michael se soltó en directo. Contorneándose y mostrando abiertamente sexual, ponía a latir el deseo en las mujeres que lo iban a ver. «Así es como tienes que actuar cada noche, con una mujer del público en mente». Dicho y hecho. Cuando su mánager, se quedó mirando un disco de XTC vio la luz. «¡Os vais a llamar INXS!», dijo. Suena igual que in excess (en exceso). Les iba a ir como anillo al dedo.

ASCENSIÓN A LA FAMA

Aunque INXS llenaban las salas en las que tocaban y, luego, ya se asentaron en las audiencias medias, eran un grupo ambicioso. No aspiraban a la categoría de banda de culto. Ellos se miraban en los Stones («veo a Mick Jagger, pero no a los Rolling Stones», le dice en un momento el director de la compañía a Chris CM Murphy, su segundo mánager). Querían aparecer en la televisión y enardecer a los fans. Aspiraban a llegar a todo el mundo sonando modernos, sofisticados y sencillos al mismo tiempo. Ansiaban provocar sacudidas emocionales a escala mundial

Lo lograron con Kick (1987), un disco que reunía todo lo antedicho. Rabiosamente contemporáneo, mostraba a un grupo en su máximo esplendor. «Te doy un millón de dólares, te olvidas de esto y los mandas al estudio a que graben un disco de verdad», dijo el dueño de la compañía cuando lo oyó. Poco después presumía por los discos de oro logrados. Mientras, el grupo se daba baños de masas. Mirando de tú a tú a U2. Saludando desde arriba a Simple Minds. Y poniendo a Australia en lo más alto.

Ahí empezó la locura. Con I Need You Tonight generando constantes descargas de funk-pop, el grupo se embarcó en una gira continua. Mujeres corriendo desnudas por los pasillos, botellas de champán en habitaciones, drogas de diseño antes y después del concierto. Tras dos años, pidieron uno de descanso. Se estabilizó. Hubo bodas y planes de familia. Doce meses después volvía la locura. A Kick le sucedió X (1990). Multiplicó la fama. Luego, faltos de inspiración, tirarían de inercia, mientras Michael peleaba con sus demonios. Un incidente con un taxista en Milán le dejó tocado. Los paparazis acosándolo pusieron el resto. Deprimido, terminó por apartarse del mundo, dejándolo sin una estrella de las de verdad.